LA CRIATURA. HISTORIAS DE LA GENTE.

HOY: DOS HIJOS DE PUTA

Mi jefe estaba sentado en el despacho anexo al mío y no había cerrado la puerta como solía hacerlo habitualmente. Fumaba uno de sus Montecristo y se reía solo, en voz baja hasta que llegó su hijo. Los dos se pusieron a hablar. Mi jefe le estaba contando a su hijo el negocio que había firmado esa misma mañana. Cuando hubo acabado de contárselo los dos estallaron a reír; era una risa estridente, salvaje, exacerbada, incluso diabólica. No paraban de mofarse. Una semana después comenzamos la obra.
La empresa constructora encargada de ejecutar los trabajos de albañilería de las 43 viviendas era una empresita recién creada. El gerente era un chico joven de mi edad, emprendedor y muy trabajador. La obra iba transcurriendo normalmente, se estaban ejecutando todos los trabajos de albañilería sin problemas, se certificaba puntual y correctamente según contrato y los trabajadores de esta contrata cobraban todos los meses sin problemas.
Pero aproximadamente el sexto mes de ejecución el contratista se acerco a la caseta de obra y tuvo una charla conmigo. Estuvimos hablando muy seriamente de las condiciones del contrato que había firmado y de que se estaba dando cuenta de que con los precios que había firmado con mi jefe no iba a llegar a cubrir ni siquiera los gastos que suponían los sueldos de los trabajadores, así que ni por asomo sería capaz de asumir los seguros sociales, los gastos generados por la negociaciones bancarias, sus alquileres de maquinaría y los prestamos para la compra de herramienta y equipos de protección individual para los trabajadores. Evidentemente yo le dije que no podía hacer nada, en mi puesto de jefe de obra me debía a mi empresa y tenía que defender los intereses de la misma así como todas y cada una de las cláusulas que él había firmado en su contrato con mi jefe. Se fue de la caseta cabizbajo, malhumorado y deprimido.
El día que pagaba las nóminas no apareció. Todos sus trabajadores pararon, se reunieron en la puerta de la obra y se quedaron allí parados hasta que les llegara su sueldo. Los días pasaban y seguíamos sin noticias del constructor y los trabajadores mantenían su postura de sentada indefinida hasta que no cobraran lo que se les debía; yo llevaba tres días intentando localizar a mi jefe o a su hijo, pero se habían marchado de viaje a ver unas obras y no me cogían el teléfono.
Cuando llegaron, mi jefe estalló y se puso furiosos. Conseguí localizar al constructor y le concerté una reunión con mi jefe. El del Montecristo se aferraba al contrato y el constructor a la valoración que un aparejador amigo suyo había hecho de los trabajos que tenían firmados en el contrato, en la cual se demostraba que el precio de ejecución de los trabajos contratados era tres ves superior al que se había firmado en contrato. Al constructor casi se le saltaban las lágrimas. Cerraba los puños con fuerza y contenía las ganas de saltarle al cuello a mi jefe pero no podía hacer nada: se sentía engañado, inútil, impotente. Pero las cosas se quedaron ahí.
Mi jefe rescindió el contrato, se quedó para su empresa a las mejores cuadrillas pagando lo que se les debía. Del resto de los trabajadores y deudas se tuvo que hacer cargo, el pobre constructor, que evidentemente fue a la ruina, hipotecado y ultrajado de por vida. El socio del constructor, el encargado de sus cuadrillas enloqueció, calló en una depresión, se dio al alcohol y amenazaba con aparecer por allí con una escopeta y no parar de disparar hasta quedarse sin balas.
Aún resuenan en mi cabeza los ecos de las estridentes y diabólicas risas de mi jefe y de su hijo y nunca se me olvidará cómo se frotaban las manos y disfrutaban regodeándose de un pobre principiante al que arruinaron de por vida y gracias al cual se llenaron los bolsillos mucho más de lo que ya los tenían.

1 comentario:

P.S.del Cerro dijo...

La realidad superando a la ficcion, me suena tanto esta historia que me dan ganas de salir corriendo a esconderme,en fin,que dios nos coja confesaos.Salud para todos.