Pasado el verano es época de reflexionar y hacer examen de inconciencia. Alguna vez leí que los años no deberían comenzar en enero, y que los propósitos de hacer dieta, dejar de fumar y demás propósitos imposibles deberían llevarse a cabo tras las vacaciones, nunca después de tomarse las uvas y estar una/o hasta las orejas de cordero y otros desastres del colesterol. No está mal pensado.
Tras el descanso forzado y los calores impuestos viene la fotografía de las quemaduras y las siestas descontroladas. La operación bikini traza un mapa donde, una vez más, la imagen de las mujeres es un desconcierto para ellas mismas y un escaparate para los mirones. La esclavitud de los cuerpos esculturales y libres de nódulos adiposos es la peor pesadilla para quienes, según dicen, son iguales ante la ley, que no ante la piscina, la playa o los escalofriantes vestiditos que invaden estas fechas.
La realidad es así de cruda, y, aunque no queramos reconocerlo, un tío no sale a la calle sin preguntarse antes si será digno de miradas lascivas e inquietantes, sino habiéndose reafirmado en su actitud de cazador de minifaldas. Claro está que no todos son así, pero sí la inmensa mayoría. Sin olvidarnos de que ellas, en un alto porcentaje son quienes establecen las distancias respecto de otras féminas que también comparten mercado.
No quisiera dar una versión capitalista del feminismo, sino reivindicar el libre mercado de género, pedir a voz en grito la libertad de salir sin miramientos ni complejos, sin propósitos de gustar a otros y a otras, de disfrutar de los momentos de cervezas y de rones con Coca-Cola – qué ricos - sin pensar en calorías vacías o en transparencias de sujetadores.
La versión mercantilista del feminismo se ha vendido con bastante éxito porque así le ha interesado a los grandes movimientos económicos, reforzando la postura desigual de mujeres y hombres e intentando lanzar a la mujer como icono de no sé cuántas gilipolleces consumistas, en las que, eso sí, el sexo “débil” cae como verdaderas moscas….
Tras el descanso forzado y los calores impuestos viene la fotografía de las quemaduras y las siestas descontroladas. La operación bikini traza un mapa donde, una vez más, la imagen de las mujeres es un desconcierto para ellas mismas y un escaparate para los mirones. La esclavitud de los cuerpos esculturales y libres de nódulos adiposos es la peor pesadilla para quienes, según dicen, son iguales ante la ley, que no ante la piscina, la playa o los escalofriantes vestiditos que invaden estas fechas.
La realidad es así de cruda, y, aunque no queramos reconocerlo, un tío no sale a la calle sin preguntarse antes si será digno de miradas lascivas e inquietantes, sino habiéndose reafirmado en su actitud de cazador de minifaldas. Claro está que no todos son así, pero sí la inmensa mayoría. Sin olvidarnos de que ellas, en un alto porcentaje son quienes establecen las distancias respecto de otras féminas que también comparten mercado.
No quisiera dar una versión capitalista del feminismo, sino reivindicar el libre mercado de género, pedir a voz en grito la libertad de salir sin miramientos ni complejos, sin propósitos de gustar a otros y a otras, de disfrutar de los momentos de cervezas y de rones con Coca-Cola – qué ricos - sin pensar en calorías vacías o en transparencias de sujetadores.
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1 comentario:
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