LA JEFA

Había una vez una jefa, pero no una jefa cualquiera, no, una jefa de esas que se cree que va a heredar la empresa, de esas que no son dueñas de nada pero lo parecen. Además ella disfrutaba, era mala, que digo mala, era perversa, que digo perversa era una hija de… mala madre. Se dedicaba a fustigar a sus empleados, a hacerles sentirse completamente inútiles, a maltratarlos todo lo posible. Lo que más placer le producía era conseguir que llorasen, eso era un deleite. Estaba convencida de que con su método la producción era óptima y de que en el fondo les estaba haciendo un favor a esos pobres infelices, porque si la empresa iba bien era gracias a ella y a nadie más. Debido a su exquisita labor ellos conservaban su trabajo, sino cómo se creían aquellos infames que estaban sobreviviendo a los tiempos que corrían.
Nuestra jefa tenía que enfrentarse todos los días a la soledad del poder y aunque alguna de sus súbditas creía ser su amiga ella no se casaba con nadie, pero les dejaba hacerse ilusiones y sobre todo les permitía hacerle la pelota todo lo que quisieran. Aquello era su feudo y lo manejaba con mano de hierro. Los dueños de la empresa la adoraban, todo marchaba a la perfección y por eso le daban plenos poderes. Si alguna vez ella cometía algún error ya buscaba algún alma candida que cargara con el mochuelo porque su imagen, por el bien de todos, tenía que permanecer inmaculada. Ella era perfecta. Cuando llegaba algún cliente buscaba a una víctima adecuada y lo humillaba delante del susodicho, para que se fueran enterando de quien mandaba allí.
Un día la jefa fue a trabajar como cualquier mañana, con la cabeza bien alta para poder mirar a todos por encima del hombro. Pero al llegar a la fábrica percibió algo extraño, a su paso sus súbditos no agacharon la mirada como siempre, en realidad fue como si no la hubiesen visto. Como nunca saludaba a nadie prefirió no innovar aquel día e ir a su oficina a buscar a aquellas que besaban por donde ella pisaba. Al llegar a la oficina no las encontró, no había nadie, que raro. Fue a su mesa y al encender el ordenador únicamente tenía un correo, los dueños la citaban a las nueve en la sala de juntas. Casi saltó de alegría, llevaba meses esperando aquella reunión para la revisión de su sueldo porque ella tenía categoría de secretaria pero en realidad sus labores abarcaban otro campo completamente distinto, era la jefa, y creía que debía ser remunerada como tal, ella que vivía por y para la empresa.
A las nueve en punto tocó la puerta de la sala de juntas con una sonrisa esplendida. Una voz conocida pero no esperada la invitó a pasar. La jefa se quedó un poco sorprendida al ver a los dueños de la empresa y a una trabajadora que le daba especial asco y que llevaba tiempo pensando en sugerir que la despidieran. Se sentó con tranquilidad y sin perder la sonrisa en el lugar que le habían asignado. Y allí sobre la mesa encontró un papel, el nuevo contrato claro. Seguía sin entender muy bien que hacía la trabajadora aquí pero le dio lo mismo, no podía esperar a ver la nueva cantidad y la nueva categoría. Léelo le dijo uno de los dueños, y emocionada comenzó a leer su carta de despido. Si amigos, su carta de despido acompañada de un dossier con todas las denuncias realizadas por los trabajadores, incluidas las que ella creía sus fieles aduladoras, todo detallado. Era una broma, no podía ser otra cosa. Pero no, era real, la jefa fue despedida ese mismo día, y sin un duro porque había cometido varias faltas graves y fue un despido más que procedente.

Moraleja: siéntate a esperar y verás pasar la cabeza de tu enemigo; o dicho de otro modo no desesperes porque la justicia cósmica existe. FIN.

1 comentario:

maullante dijo...

Sí, ojalá en Españistán funcionase esa especie de karma que pareces estar sugiriendo, pero por desgracia no es así. Incluso a veces se premia el ser como esa jefa que describes.