Ella llegó a la discoteca. Apareció por allí sin pavonearse pero irradiando un halo de misticismo espectacular. Caminaba despacio y contoneaba sus caderas con musicalidad. Vestía de negro ajustado. Botas de tacón de aguja por encima de los pantalones tejanos aterciopelados de pitillo, cinturón ancho “vintage” con una gran circular en la que brillaba una piedra preciosa, camiseta de tirantes que realzaba sus perfectos senos y el pelo suelto, largo y ondulado. Sus ojos eran de un azul tan intenso como el cielo y sus labios de rojo carmín parecían decir bésame. Tenía todas las armas necesarias para cazar a cualquier hombre de la sala. Venía buscando una nueva presa al palacio de la noche. Sonaba “Girl you´ll be a woman soon” de Urge Overkill y a medida que avanzaba por la pista con la canción parecía que había sido escrita para ella.
En la barra, sentado, estaba él. Con su refresco de cola, su traje de 300 € y sus zapatos nuevos recién traídos de Italia, con sus mejores galas, pero sin pareja. Trabajaba de informático en una multinacional y era la primera vez en dos años que salía a tomar algo un viernes. En su oficina se preguntaba a menudo por los secretos del mundo femenino. No estaba acostumbrado a tratar con mujeres, su trabajo le absorbía tanto que no tenía tiempo. Sus compañeros de trabajo llegaron y le rodearon como las hojas alrededor de un árbol. Sus ropas eran de la misma clase, pero de colores más chillones, para que todo el mundo les viera y captar la atención de alguna fémina de las que plagaban la sala (todas ellas hermosas y voluptuosas), cosa que casi nunca ocurría. Cualquiera de estos, sus compañeros de trabajo, estaban más acostumbrados y alguna vez habían tenía suerte ya que salían todas las noches, le hacía de celestino y sacrificaba su noche a favor de la de él.
Esa noche ninguno de ellos estaba por la labor, estaban demasiado borrachos como para saber si hablaban con un hombre o una mujer pero no hizo falta ella ya le había echado el ojo. Cambio su dirección hacia la barra. Sonaba “This boots are made for walking” de Nancy Sinatra (¡y es que parecía que había traído su propia banda sonora!) cuando él la vio. Iba hacia él, no se lo podía creer. “Hola me llamo Jane, ¿y tú?”, “Bill...”.
Durante las tres horas siguientes Bill, estuvo contándole a Janie su aburrida vida y Janie se limitó a escuchar, asentir con la cabeza, iniciar conversaciones absurdas sobre su perro para que Bill continuara y pidiendo rondas sin parar. Cuando cerró la discoteca salieron tambaleándose y fueron a la habitación del hotel más cercano que encontraron. Allí dejaron de hablar y se limitaron a besarse por todo el cuerpo, acariciándose y revolcándose por todos lados y follando salvajemente hasta el amanecer.
A la mañana siguiente Bill se despertó solo en la cama. Creía que todo había sido un sueño, que se emborrachó y lo soñó todo. Se levantó, se duchó y fue a pagar el hotel. La habitación estaba pagada, no había sido un sueño. El recepcionista le entregó una nota en la que ponía: “No abrir hasta mañana domingo”. Atónito se marchó a casa.
El aburrido sábado se parecía a todos los demás. Pasta hervida con tomate, una cerveza y las noticias de la primera. Casi se le atraganta la pasta cuando ve aparecer en la televisión a Janie; había aparecido en una comisaría de policia para entregarse por el asesinato de su padre. Bill estuvo varias horas inmóvil. Ya en el telediario de la noche se hizo público que el padre de Janie abusaba de ella desde hacía tiempo y la había obligado a prostituirse para conseguirle la heroína que él consumía desde hacía años. Bill no podía resistirse a abrir la carta pero era una persona meticulosa y si Janie le dijo que no la abriera hasta el día siguiente obedecería sin condiciones.
Bill no pudo dormir toda la noche mirando la carta de Janie. Al amanecer no pudo aguantar más y delicadamente recortó una de las solapas del sobre y leyó la carta:
“Querido Bill,
Esta noche me has hecho sentir algo que nunca había sentido por un hombre. Desde que tengo uso de razón mi padre abusaba de mí y luego me obligo a hacerlo por dinero con cualquiera que le diera lo suficiente para pasar el mono. Nunca había conocido a un hombre tan sano, tan bueno y tan encantador como tú. Me enamoré de ti en la tercera copa y necesitaba hacer el amor contigo, sentir el amor y dárselo de verdad a un hombre por primera vez. Iba a entregarme a las autoridades pero antes quería resarcirme de toda una vida entregando mi cuerpo por obligación y dárselo a alguien voluntariamente. Cuando leas esto estaré lejos y no habrá vuelta a atrás ni solución para mí. Ha sido maravilloso, pero me temo que no podremos volver a repetirlo nunca más. Me llevo conmigo una parte de ti y espero que la que tu recuerdes de mi sea la de aquella noche de hotel.
Te quiero.”
Días más tarde dieron la noticia de la ejecución de Janie. Dijeron que cuando encendieron la silla eléctrica su cara irradiaba felicidad y sonreía.
En la barra, sentado, estaba él. Con su refresco de cola, su traje de 300 € y sus zapatos nuevos recién traídos de Italia, con sus mejores galas, pero sin pareja. Trabajaba de informático en una multinacional y era la primera vez en dos años que salía a tomar algo un viernes. En su oficina se preguntaba a menudo por los secretos del mundo femenino. No estaba acostumbrado a tratar con mujeres, su trabajo le absorbía tanto que no tenía tiempo. Sus compañeros de trabajo llegaron y le rodearon como las hojas alrededor de un árbol. Sus ropas eran de la misma clase, pero de colores más chillones, para que todo el mundo les viera y captar la atención de alguna fémina de las que plagaban la sala (todas ellas hermosas y voluptuosas), cosa que casi nunca ocurría. Cualquiera de estos, sus compañeros de trabajo, estaban más acostumbrados y alguna vez habían tenía suerte ya que salían todas las noches, le hacía de celestino y sacrificaba su noche a favor de la de él.
Esa noche ninguno de ellos estaba por la labor, estaban demasiado borrachos como para saber si hablaban con un hombre o una mujer pero no hizo falta ella ya le había echado el ojo. Cambio su dirección hacia la barra. Sonaba “This boots are made for walking” de Nancy Sinatra (¡y es que parecía que había traído su propia banda sonora!) cuando él la vio. Iba hacia él, no se lo podía creer. “Hola me llamo Jane, ¿y tú?”, “Bill...”.
Durante las tres horas siguientes Bill, estuvo contándole a Janie su aburrida vida y Janie se limitó a escuchar, asentir con la cabeza, iniciar conversaciones absurdas sobre su perro para que Bill continuara y pidiendo rondas sin parar. Cuando cerró la discoteca salieron tambaleándose y fueron a la habitación del hotel más cercano que encontraron. Allí dejaron de hablar y se limitaron a besarse por todo el cuerpo, acariciándose y revolcándose por todos lados y follando salvajemente hasta el amanecer.
A la mañana siguiente Bill se despertó solo en la cama. Creía que todo había sido un sueño, que se emborrachó y lo soñó todo. Se levantó, se duchó y fue a pagar el hotel. La habitación estaba pagada, no había sido un sueño. El recepcionista le entregó una nota en la que ponía: “No abrir hasta mañana domingo”. Atónito se marchó a casa.
El aburrido sábado se parecía a todos los demás. Pasta hervida con tomate, una cerveza y las noticias de la primera. Casi se le atraganta la pasta cuando ve aparecer en la televisión a Janie; había aparecido en una comisaría de policia para entregarse por el asesinato de su padre. Bill estuvo varias horas inmóvil. Ya en el telediario de la noche se hizo público que el padre de Janie abusaba de ella desde hacía tiempo y la había obligado a prostituirse para conseguirle la heroína que él consumía desde hacía años. Bill no podía resistirse a abrir la carta pero era una persona meticulosa y si Janie le dijo que no la abriera hasta el día siguiente obedecería sin condiciones.
Bill no pudo dormir toda la noche mirando la carta de Janie. Al amanecer no pudo aguantar más y delicadamente recortó una de las solapas del sobre y leyó la carta:
“Querido Bill,
Esta noche me has hecho sentir algo que nunca había sentido por un hombre. Desde que tengo uso de razón mi padre abusaba de mí y luego me obligo a hacerlo por dinero con cualquiera que le diera lo suficiente para pasar el mono. Nunca había conocido a un hombre tan sano, tan bueno y tan encantador como tú. Me enamoré de ti en la tercera copa y necesitaba hacer el amor contigo, sentir el amor y dárselo de verdad a un hombre por primera vez. Iba a entregarme a las autoridades pero antes quería resarcirme de toda una vida entregando mi cuerpo por obligación y dárselo a alguien voluntariamente. Cuando leas esto estaré lejos y no habrá vuelta a atrás ni solución para mí. Ha sido maravilloso, pero me temo que no podremos volver a repetirlo nunca más. Me llevo conmigo una parte de ti y espero que la que tu recuerdes de mi sea la de aquella noche de hotel.
Te quiero.”
Días más tarde dieron la noticia de la ejecución de Janie. Dijeron que cuando encendieron la silla eléctrica su cara irradiaba felicidad y sonreía.
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