MAGISTRADOS EN MICRORRELATOS


NUEVA REALIDAD

El viejo magistrado se miró al espejo con curiosidad. No recordaba el momento en el que le dejó de importar llevar el traje bien planchado, ni de cuándo su pelo se había cubierto de nieve, ni siquiera se acordaba de porqué sus zapatos tenían aquel aspecto ajado. Cogió el maletín de piel marrón que a tantos juicios lo había acompañado y lo sintió extraño en su mano. Volvió a mirarse al espejo y después observó la pintura colgada en la pared: la misma cara libre de surcos, el pelo aún castaño, bien vestido, junto a él, las dos extrañas, una joven y una no tan joven, ambas muy hermosas; todos sonrientes.
De nada le había servido su sentido de la prevención tan admirado, su intachable currículo, o su profundo conocimiento de la constitución. De nada le sirvió ser él cuando llegó, traicionera e implacable, la demencia.
COMPULSIONES

El magistrado moja el pincel en la pintura indómita que se mezcla en su paleta e inicia frenético su obra. El trance lo absorbe mientras, fuera, la nieve, poco a poco, lo va cubriendo todo. No ha comido nada en todo el día, no puede parar en mitad de esa posesión casi diabólica a la que lo somete el proceso creativo. La idea de su mujer ha sido providencial. El estrés del trabajo lo estaba volviendo loco y necesitaba una vía de escape. Ella le ha regalado el caballete, los oleos y los lienzos, todo para que se relaje. Él no ha perdido el tiempo y ha aprendido a pintar, siempre lo mismo, muy realista, casi perfecto. El magistrado pinta y pinta cada día hasta que las manos se le entumecen, hasta que consigue liberarse del estrés, la sala de su juzgado.

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