A LOS QUE AMAN


A LOS QUE AMAN
Julia se despertó aturdida, la resaca le acompañaría a lo largo de la mañana. Llevaba un mes en Madrid y no había encontrado un trabajo que mereciese la pena. Se ganaba la vida poniendo copas en un Bar de Malasaña “El Malandro”. Pero ella no quería ser camarera, quería hacer cine; escribir historias y dirigirlas, ese era su sueño (una quimera, un imposible).
Tenía 19 años cuando llegó a Madrid un otoño de 1989. La ciudad le resulto dura, nada acogedora en contra de lo que le habían dicho. Su familia se lo avisó antes de marcharse del pueblo: << ¿Estás segura de lo que vas a hacer, hija? ¿Cuídate, y no olvides que tú no eres como los demás? .>>
No, no lo era. Sus gustos y aficiones no eran convencionales. Tampoco su carácter: le habían diagnosticado una tendencia a la depresión; y por si fuera poco desde los 17 años fumaba chinos de heroína (tenía aversión a las agujas) que la evadían cada vez más de la realidad. Con este panorama se presento en Madrid aquel otoño para ganarse la vida.
Aquella noche en El Malandro, harta de servir copas y aguantar a borrachos “metepatas”, lo vio claro: <>. Salió a la calle y se encendió un chino. Deambulaba por Malasaña pensando en su futuro incierto: ¿Cómo se las arreglaría? ¿Qué haría para pagar la triste pensión? <>. Y se dejó arrastrar por la noche madrileña, hasta que borracha y drogada se quedo dormida en un portal de la calle La Palma, enfrente del Louie Louie.
A la semana siguiente sin encontrar un trabajo que la satisficiera se despertó en su pensión. La casera de muy malas maneras le dijo: <>. Julia la miro fríamente y dijo: <>. Hizo su pequeña maleta y se echó a la calle.
En plena Gran Vía, cargada con su maleta, tropezó con un farola y se calló de bruces enfrente de un cine, El Palacio De La Música. Ponían una película que quería ver: “Cinema Paradiso”. Se gastó casi todo el dinero que tenía en la entrada, La fuerza del cine la arrastró hacia dentro de la sala, <> pensó.
Entro en la inmensa sala donde el acomodador le guió a su butaca, se sentó y empezó la magia: Vio como un niño, Toto, se aficionaba al cine, gracias a un proyeccionista entrañable, Alfredo. Se acordó de ella misma, pequeña en el pueblo. Entrando al cine, donde trabajaba su abuelo de acomodador. Viendo películas sin parar, una detrás de otra; llorando y riendo, emocionándose, viviendo el cine. Se sintió feliz recordando su niñez. Que dichosa era “dentro” del cine.
Volvió a la realidad, enfrente de ella, las imágenes tocaban a su fin. Un Toto ya adulto, recibe la llamada de su madre en el pueblo, le da una triste noticia: <>, y Toto empieza a recordar lo que significaba para él.
Alfredo, cuando se marchó Toto, le dio un consejo <>, pero Toto no le hizo caso. Allí estaba 25 años después de abandonar el pueblo, para asistir al funeral de su amigo. Toto estaba desbordado por las emociones. La comitiva se paró enfrente de donde años atrás estaba el cine, ya no había nada. Triste presagio para un futuro. Alguien le llama, es la viuda de Alfredo, <> y le entregó unas cajas metálicas circulares.
Ya en París, Toto que es un famoso cineasta, se dispone a ver el regalo póstumo de Alfredo.
En la realidad Julia no puede creer lo que está viendo, hacia tiempo que no contemplaba algo tan bonito. En la pantalla del cine, se abre “La Caja de los Sueños”. El regalo es maravilloso: son escenas de besos de la historia del cine. Toto echa los brazos hacia atrás, se reclina en la butaca; Julia hace lo mismo y vuelven a sus infancias. Las emociones les desbordan. Estos tres minutos, quizás uno de los mejores homenajes de amor al CINE, llegan a su fin, los títulos de crédito se suceden en la pantalla. Julia sigue sentada, inmovilizada por lo que acaba de ver. Se levanta conmocionada, sale por la puerta y ya en la calle mira hacia arriba “Cine Palacio de la Música”. Nunca olvidaría esa noche.
19 años más tarde, el 28 de mayo de 2008, una Julia madura, camina por la Gran Vía, se para en frente de la fachada de aquel emblemático Cine; mira los carteles de la últimas películas que se proyectarán esa misma noche. Su mirada es crepuscular, mañana ya no habrá sueños. Ha venido desde Estados Unidos donde se dedica a hacer Cine. Lo vio claro una noche en la Gran Vía, cuando en frente de un Cine, amo algo de una forma profunda, sin límites, derribando fronteras y adicciones.
Para todos los que aman el CINE. Para mi abuelo y para todas Las Salas De Cine que resisten.
<>
Víctor Humanes Martín

1 comentario:

P.S.del Cerro dijo...

Que se puede comentar,sencillamente fantastico,enhorabuena amigo y GRACIAS.