LA PLAZA CORONADA POR UN POZO

Esta leyenda ocurrió en el Toletum para los romanos, Tulaytulah para los musulmanes, y el Toldoth para los judíos. Hasta que finalmente adoptó la forma mozárabe de Toletho, y pasó a ser conocida como Toledo, la ciudad de las Tres Culturas. Nuestra historia “arranca” en una rica casa judía, propiedad de un comerciante de notable reputación en la comunidad sefardí (judíos españoles). Una mañana vino al mundo una preciosa niña de nombre Raquel, su nacimiento trajo consigo la alegría y el dolor a la casa del rico comerciante, ya que al venir al mundo ella, tan bien se fue su madre. Creció en casa rica con todos los caprichos, tenía todo a su alcance. Pasaron los años y se convirtió en una dama muy guapa. Su padre la protegía sobremanera; no la dejaba salir de casa. Hasta que una tarde, descubrió un pasadizo que unía su casa en la judería toledana con la plaza donde se encontraba la gran iglesia cristiana (que más tarde se convirtió en una gran catedral gótica). Todas las tardes salía a pasear, confundiéndose con la multitud. Un día de primavera sus pasos la llevaron a lo que hoy se conoce como la Bajada del Pozo Amargo. Allí, sofocada por el calor, se acercó al pozo que coronaba una plaza. Se apoyó en la boca del pozo, se remojó la cara y se humedeció la nuca. En esas estaba cuando un joven apuesto, le tendió un vaso y dijo: --Toma, bebe un poco. --Gracias --contesto ella, abrumada por la cortesía. Raquel todavía no había mirado a la cara del joven. Cuándo después de secarse con el pañuelo de mano, alzó su vista; y le vio. Le contempló como si fuera una aparición de un ángel, cayo rendida y sintió una punzada de amor en su corazón. Desde entonces, cada tarde al caer el sol, se reunía con su joven amante. Día tras día vivieron su historia de amor en la plaza coronada por un pozo. Hasta que un día un sirviente del rico comerciante, vio a Raquel caminar por la calle próxima a la iglesia de los cristianos. Siguió a la joven judía, la vio bajar en dirección a la plaza, y contempló todo lo que paso a continuación: como dos jóvenes enamorados se juraban su amor, siendo testigo la plaza coronada por un pozo.
A la mañana siguiente el sirviente le contó todo al rico mercader. Y este monto en cólera. No podía permitir, que su única hija, su amor, se le fuera de su protección. Y lo que era peor aún, el joven con el que se había jurado amor eterno era cristiano, qué pensaría la comunidad judía. Sería una deshonra para el resto de los Sefardíes. El amor entre ellos acababa de comenzar, pero estaba condenado a no triunfar. Una judía y un cristiano no podían amarse, su amorn fracasaría. Una tarde, el padre de Raquel y su sirviente fueron a la plaza coronada por el pozo. Se escondieron tras un árbol y esperaron la llegada del joven cristiano. Este se apoyo en el pozo y bebió un sorbo de agua. De repente un cuchillo silbó en el aire, y fue a parar en el vientre del joven cristiano, mientras dos manos sujetaban su cuello y su cara. Los asesinos corrieron vilmente a esconderse tras el árbol. Una figura femenina bajaba por la calle en dirección a la plaza coronada por el pozo. Era Raquel que corría para abrazar a su amado moribundo, que daba las últimas bocanadas de vida. Este al ver a la joven judía, murió con una sonrisa. Raquel rota por el dolor, perdió el conocimiento. Cuando despertó se encontraba en su habitación. Tardó un mes en levantarse de la cama. Su dolor era inmenso. Desde entonces cada tarde iba a la plaza coronada por un pozo, apoyándose en este y calmando su dolor con sus lágrimas que se fusionaban con las aguas del pozo. Lágrimas amargas, llenas de dolor. Una tarde lo comprendió todo, fue su padre quién asesinó a su amado. Su vanidad era mayor que el
amor que sentía por su hija, no podía permitirse ser la deshonra de la comunidad sefardí. Ella enloqueció, y una noche de verano, cuando en su casa dormían todos, se dirigió a la plaza coronada por el pozo, y rota de dolor se dejo caer dentro, fusionándose con las aguas del pozo, con un único pensamiento: "lo que la vida no pudo unir, lo uniría la muerte". Y desde entonces a aquel pozo se le denominó “El Pozo Amargo” testigo de un amor condenado a fracasar en vida, pero cuentan las gentes del lugar, que en la noche toledana, cuando el viento no sopla y está calmado, en la plaza coronada por el pozo se oyen murmullos, besos y caricias. Ahora ya nadie podrá separarles.

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