EL BAILE
Bailaban mirándose el uno en los ojos del otro, mientras, poco a poco, repasaban sus arrugas, su pelo cano ya. Acariciaban sus manos sintiendo que ya no eran las de antes. Sus pasos torpes hacían que el baile fuese lento, como a ellos siempre les había gustado. La orquesta tocaba aquella canción, igual que el día en que se conocieron.
Bailaban mirándose el uno en los ojos del otro sabiendo que aquel era el único lugar en el que seguirían vivos.
SUEÑOS
El, en su sueño, la beso llenando su boca de todo el amor y toda la pasión. Ella, al otro lado de la cama, en su sueño, suspiró de placer.
Bailaban mirándose el uno en los ojos del otro, mientras, poco a poco, repasaban sus arrugas, su pelo cano ya. Acariciaban sus manos sintiendo que ya no eran las de antes. Sus pasos torpes hacían que el baile fuese lento, como a ellos siempre les había gustado. La orquesta tocaba aquella canción, igual que el día en que se conocieron.
Bailaban mirándose el uno en los ojos del otro sabiendo que aquel era el único lugar en el que seguirían vivos.
SUEÑOS
El, en su sueño, la beso llenando su boca de todo el amor y toda la pasión. Ella, al otro lado de la cama, en su sueño, suspiró de placer.
SORPRESA
Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. La pequeña reía sin parar y el mayor daba saltitos extasiado, había sido su mejor cumpleaños. Yo no había estado de acuerdo y mientras les ponía el pijama repetía, es un secreto, no se lo digáis a nadie. Le rogué que esperara, no estaba preparado, era una locura. Cómo explicar ahora el unicornio rosa, las hadas gigantes y duende parlanchín. Hazlos desaparecer o te vas a enterar, le dije. Volví al salón y allí estaba mi marido, aprendiz de mago, rodeado de las criaturas, con la enorme chistera en una mano y, en la otra, un ramo de rosas mágico.
Cerré la puerta sin hacer ruido y fui a acostar a los niños. La pequeña reía sin parar y el mayor daba saltitos extasiado, había sido su mejor cumpleaños. Yo no había estado de acuerdo y mientras les ponía el pijama repetía, es un secreto, no se lo digáis a nadie. Le rogué que esperara, no estaba preparado, era una locura. Cómo explicar ahora el unicornio rosa, las hadas gigantes y duende parlanchín. Hazlos desaparecer o te vas a enterar, le dije. Volví al salón y allí estaba mi marido, aprendiz de mago, rodeado de las criaturas, con la enorme chistera en una mano y, en la otra, un ramo de rosas mágico.
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