Comenzó el viaje en Brasil con destino al infinito. Este es el primer capítulos de una serie en la que intentaré haceros llegar mis impresiones en este viaje que espero sea inolvidable. En esta ocasión el inició es en Sao Paulo y el final en Santa Cruz de la Sierra (Bolivia).
“Camino de los Incas. Capítulo I.”
Llego el deseado primero de julio. Me levanté después de una noche de incertidumbres. Eran las 10 de la mañana y mi autobús no salía hasta las 17 horas. Comencé a hacer la mochila, coloque bastante ropa de abrigo, ya que me dijeron que en el Salar de Uyuni (Bolivia) y en Huaraz (Perú) se puede llegar hasta los -15 grados. Hasta me compré un saco de dormir especial para el viaje. La mochila aunque pesada tuvo suficiente espacio para algunas ropas bolivianas. Cogí el autobús en la puerta de mi casa hastaa Terminal de autobuses de Barra Funda. De allí directo hacia Campo Grande, la capital del Estado de Matto Grosso do Sul. Después de 14 horas de viaje llegamos a una estación bastante cutre, donde me tomé un FACE y me comí un “Bauru” en un bar sin baño donde tenían un cartel de prohibido fumar al lado de los paquetes de cigarros que vendía y donde vi como un conductor de autobuses se bebía una cerveza a escondidas. De allí fuimos directos a Corumbá ya en la frontera con Bolivia. Otras 8 horas de autobús. El paisaje era precioso, el famoso Pantanal, donde se pueden ver cocodrilos, papagayos y hasta leopardos. Evidentemente desde el autobús no tuve tanta suerte. Hacia como un mes que habíamos reservado dos pasajes para el Tren de la muerte por Internet con un tal Ney. Fuimos al día siguiente hacia la frontera Boliviana donde en migración me encontré con una versión moderna del bueno, el feo y el malo, que en esta ocasión era El rancio, el simpático y el normal. El primero ni nos miró a la cara mientras revisaba nuestra documentación, el segundo no paro de decirnos “amigos, me gusta mucho los brasileños y los españoles” y el último simplemente hizo su trabajo. Después del trámite burocrático llegamos a Puerto Quijarro, desde donde sale este famoso tren.
Existen varias leyendas sobre el nombre de este tren, algunas hablan de que transportaba moribundos hacia un hospital en Santa Cruz de la Sierra, otros afirman que mucha gente murió en la construcción de las vías, también se escucha que la gente del tren sufría muchos asaltos etc. La verdad es que en la actualidad se dice que es el Tren de la muerte, porque deseas tu muerte varias veces en las 22 horas que dura el trayecto, por la lentitud desesperante, por las innumerables paradas en pequeñas ciudades donde se suben multitud de vendedores que pasan anunciando a gritos su mercaduría: “café, caliente”, “limonada fría”, “pollo asado”, “pollo frito”, “mojaito de pollo”, como veis el pollo triunfa en Bolivia. El tren tiene tres clases y tres precios diferentes. Yo cuando lo supe decidí ir en el vagón más barato porque pensé que ya que iba en el tren lo hacia con todas las consecuencias, si es verdad, siempre fui un poco masoquista. El precio para los curiosos: 5 euros. Cuando subí en el tren vi que no había mucha diferencia entre las clases. La mayor consistía en los asientos, en mi vagón era un banco para dos personas tan duro que todavía mi trasero se acuerda. También el hecho de que según iba avanzando el tren cada vez iban llegando más pasajeros hasta que muchos tuvieron que viajar de pie. Lo mejor sin duda el paisaje, los bolivianos encantadores, estaba rodeada de familias amables. Toda una experiencia, merecía la pena sufrir un poco solo para disfrutar de la compañía. El tren paró en Aguas Calientes y nos dijeron que por causa de un descarrilamiento estaríamos parados tres horas, pero al final solo fue un susto de unos 20 minutos, eso sí, algunos tuvieron que volver corriendo porque el tren se iba sin ellos. En todas las paradas había gente en las estaciones cocinado y los niños subían al tren lo que Las madres cocinaban. Por el día pasé un calor del infierno, nadie me avisó que el frío no llegaba en mi viaje hasta llegar a las ciudades de gran altitud de Bolivia, y yo con una mochila llena de abrigos y sin unos míseros pantalones cortos… Por la noche, menos mal, llego la lluvia y también el fresquito. Finalmente llegamos a Santa Cruz de la Sierra, la mayor ciudad de Bolivia. Una ciudad tranquila, donde se pueden pasear por el centro tranquilamente. Y donde los precios son increíblemente bajos. Comer en un buen restaurante sale como por cuatro euros. Dormir me costó la habitación 5 euros, una pizza en un italiano 4. Como podéis imaginar estoy en la gloria. El próximo destino es Sucre, pero eso lo veréis en le próximo capítulo.
1 comentario:
Hola yo quisiera hacer el viaje desde Lima- pasando por bolivia, santa cruz- tomar el tren que mencionas hacia são paulo, esto es fractible?, tienes algunas referencias sobre esta ruta?, muchas gracias por la información.
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