LA NOCHE ETERNA.

Me despierto angustiado, atormentado, de nuevo esa zarpa miserable e infame que inunda mi alma convirtiéndola en un torrente viscoso de desesperación me atrapa como se atrapa a una presa fácil, mi corazón late tan fuerte que casi puedo oírlo, otra vez resuenan en mi cabeza las voces que me dictan implacables lo que he de hacer… me levanto y camino con esa indolencia, esa apatía, que sienten los que saben su final, con la pasividad y desgana que sienten aquellos que, condenados a muerte carecen de eternidad y de presente… La oscuridad cobra forma y cubre mi alma con su manto, no necesito más que los sesenta vatios de la bombilla que como un ahorcado pende del techo del miserable y austero cuarto que utilizo como escritorio, aquí estoy, sentado ante mi único e impertérrito oyente, una hoja de papel en blanco se muestra ante mi atenta, expectante dispuesta a recibir mis pensamientos como siempre lo hizo. Aquí estoy, solo, en esas horas en que el alma se llena por completo, sumido en esa precaria soledad que solo sentimos los malditos. Sin embargo, y aunque cientos de veces en esas noches en las que no duermo, en esas horas en las que la vida se nos muestra con toda su crudeza he sobrevivido hasta el amanecer rebosando de palabras hojas en blanco ávidas de historias, esta noche no es igual. He soñado mil veces con la noche eterna y por fin está aquí, ha llegado sin avisar, sigilosa ha sabido confabularse con la penumbra e instalarse en mi mente, una mente débil que desde hace tiempo cultiva obsesiones maníacas, suicidas, delirantes. En un intento por distraerme y a la vez última tentativa o conato por ver si aparto de mi mente lo que sin duda creo acabaré haciendo en breve, me reclino en el sillón, no sin antes escuchar el quejido de la carcomida madera, contemplo la luna, suspendida como una perla en las sombras, blanca y brillante arañada solo por las ramas de algún árbol que vanidoso se antepone a mi mirada. Intento sacar lo que llevo dentro, pero la ausencia más absoluta de palabras me inunda, me ahoga y mi alma se queda a oscuras, lo que antes fue hermoso ahora es grotesco y repugnante, me he juzgado severamente y ya no tengo duda alguna de que pasaré por la vida sin mostrar los valores que Dios ha puesto en mí.
De pronto me asaltan las últimas líneas de la enésima carta de la Editorial “Lo sentimos, su manuscrito en este momento no cumple con las perspectivas comerciales del mercado, le damos las gracias y le invitamos a contactar con otras editoriales…” El dolor me enviste con fuerza redoblada, la desesperación me sumerge en la cara más oculta del abismo, ¿Quién o qué me maldijo? Lo único que sé hacer es escribir, pero al resto de los mortales parece no importarles, tal vez no lleguen mis historias a esos cerebros angustiosamente racionales, quizás debiera dirigir mis textos a la sin razón, pues… ¿Qué es la sin razón sino la fiel traducción de una realidad que desvela lo que nuestra rutinaria inteligencia no es capaz de comprender? Llega un momento en que el horror de la decepción se instala en lo cotidiano, concretamente en el alma humana, he dedicado toda mi vida a ver cumplidos mis sueños, publicar una novela, una, solo una hubiera bastado para renovar mi empeño. Pero hace tiempo ya que mi locura no me deja distinguir entre el orden y el caos, hace tiempo que olvidé el cálido aliento de las pasiones, el ímpetu desbocado del amor para solo escuchar el enjambre aturdidor de las perturbaciones mentales, dejé a un lado el perfume de la alegría, la cotidiana actividad de la ciudad y sus calles bulliciosas para sumirme en esta atmósfera asfixiante de mi propia decepción, hice partícipes de mi locura a mi familia que me abandonó, despojándome así de cualquier indicio para hallar el origen de mi mal, que no es otro que la inadaptación y negación total y sin condiciones a plasmar en un papel aquello que no reivindique que soy librepensador, tal fue el hastión de artículos comerciales que para sobrevivir firmé. Cuando amanezca todo habrá acabado, todo se habrá desvanecido como la bruma, nadie ya sabrá del colmo de mi desventura ni del terror de mi alma en esta noche que se me antoja infinita, sempiterna…, inagotable.
MI mente, poseída por una hojarasca incesante grita: ¡Hazlo ya, acaba ya, ahora! Y es en ese momento cuando mi mano segura y firme como si lo hubiera practicado cientos de veces abre una brecha en ambas muñecas con el cúter del escritorio. No hay retorno, ya está, voy directo a la condenación eterna a pesar de llevar años padeciendo en vida el peso incalculable de una realidad agónica y palpable. Siento dolor aunque no sollozaré gemebundo, pues es mayor el alivio de sentirme liberado al fin de una supervivencia lóbrega y sórdida, sin sentido alguno, no aporto nada, no recibo nada. Por fin me acaricia el templado aliento de la muerte, silencio a mi alrededor y en mi interior, las voces han cesado, mis ojos se cierran para siempre profundos como la noche absoluta, esa noche eterna que me envuelve una vez perdida ya toda esperanza y más allá de la desesperanza.
Ángeles Iglesias.

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