PANTOFILIA

- ¡Pantofilia!
- ¿Pantofilia?
- Sí, pantolofilia.
- Pantofilia…
- Sí, y deje ya de repetirlo, pantofilia, pantofilia, pantofilia.
- ¿Qué es la pantofilia, doctor?
- Una vez más te repito que no soy doctor, que soy psicólogo.
- ¿Qué es la pantofilia, psicólogo?
- No me llames psicólogo, sabes como me llamo.
- ¿Qué es la pantofilia, Jacinto?
- La pantofilia es un trastorno poco grave, no tienes que preocuparte.
- ¿En qué consiste?
- Bueno, yo sólo le pongo nombre, la definición seguro que tú la conoces mucho mejor que nadie. Es básicamente lo que te pasa a ti. De hecho, no la he descubierto en ti, pero casi, casi, hay pocos pacientes de esto en el mundo.
- Pantofilia… Me dices más o menos en qué consiste, es para explicárselo a mis amigos y a la gente que me pregunte.
- Viene del griego, “Pan”, todo, “filia” amor. Es decir que te gusta todo, que todo te parece bien, te parece bonito, amable, necesario, que todo te atrae.
- Ajá.
- Sí. Mira esta foto de Elsa Pataki, ¿qué te parece?
- Me gusta mucho, doctor.
- No me llames doctor.
- Bueno, me sigue gustando mucho.
- Vale, mira esta de mi portera barriendo el portal, con el pelo sucio y sus 63 años.
- Me gusta mucho.
- Vale, mira esta foto de George Clooney.
- Me gusta mucho.
- Bien, y esta del feo de los Calatrava…
- Me gusta, ¿por qué dice que es feo? No es nada feo, tiene una belleza fabulosa.
- ¿Ves? A eso me refiero con lo de la pantofilia, con lo de que todo te gusta, no sabes discriminar lo bello de lo no bello y todo te gusta y te parece bien.
- ¿Por eso mi extraña afición última de alabar la belleza de los hombres?
- Sí.
- ¿Y por eso que todo me parecía bien y me gustaba?
- Sí.
- ¿Y por eso me gustaba hasta la comida del bar de debajo de mi casa?

- Por eso mismo.

Después de toda esta conversación Damián salió de la consulta del psicólogo. Estaba más tranquilo. Había pasado unos últimos días muy duros. Todo le parecía bien. Todo era bello y bonito.
Veía un hombre por la calle y le daban ganas de decirle un piropo retrechero y de seguirle y de pedirle el teléfono y de invitarle a una copa o dos, o de ponerle un piso.
Pero le pasaba también si se cruzaba con una señorita. Y si se cruzaba con una mujer. Y si se cruzaba con un perro.
Todo esto le sumía en una confusión enorme. ¿Seré homosexual? ¿Seré tonto? ¿Estaré volviéndome loco?
Sólo la última respuesta era válida. Ahora tenía que aprender a vivir con este trastorno tan raro, aprender a no hacerle caso a lo que antes no le hacía caso y seguir haciéndole caso a lo que le hacía caso.
Los consejos del psicólogo habían sido que se relajara que no pensara las cosas que siguiera viéndolo todo y que aprendiera, que con el tiempo el estado de ansiedad en el que vivía se pasaría.
Se puso a ello con temor, le resultaba muy difícil, no sabía discriminar lo feo y todo era bueno y bello. Todas las gentes hermosas, todas las cosas bellas, todas las cosas deseables. El problema principal era conservar su estatus de heterosexual. Le resultaban atractivas las mujeres. Y ahora veía a los hombres también como hermosos. Lo único que los diferenciaba era que a los hombres no quería practicarles las mismas cosas a los unos que a las otras.
Pero la vida le resultaba dura. Miraba a los hombres por la calle. Y eso no le parecía bien. Y miraba a las mujeres por la calle. Y eso no le parecía bien. Vivía una vida distinta a la que quería.
Incluso miraba a los perros. Y él odiaba de siempre a los perros.
Necesitaba un sistema para poder abstraerse de todo. Se le ocurrieron dos: rechazar las ideas y sumergirse en ellas.
Rechazar las ideas era difícil y le hacía poner caras raras. Así nunca conseguiría novia.
Sumergirse en las ideas era duro. Seguía sus ideas hasta lo más absurdo, hasta el momento en que besaba o peor a un hombre, a un perro, a una marmota. Hasta encontrarlas el punto divertido. Era divertido imaginarse morreando a un loro, a una tortuga, a una marmota (qué bigotes más bonitos y más suaves tenían las marmotas) pero encontrarle la gracia a verse morreándose con el conductor de la EMT era difícil al principio. Luego le fue cogiendo el punto. Y se veía morreando a todo el mundo. Al cobrador del frac, al estanquero, al perro policía, a la vecina. Eso sí que era pantofilia. Todo el mundo amado y querido por él.
Un día le sucedió que no consiguió imaginarse con una mujer. Esa habría de ser la suya.

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