CONCESIONES



Aquella mañana, se levantó y su cuarto estaba sumido en la más absoluta oscuridad, nada extraño de no ser porque ella siempre dejaba la persiana levantada para despertar con las primeras luces del día. Lo que me faltaba, pensó.

Cuando él se instaló en su casa, la convenció para hacer algunos cambios, poca cosa, únicamente para que él también sitiera que ese piso era su hogar. Ella accedió sin oponer resistencia. Primero cambiaron el mueble del salón por uno más amplio y moderno; después, las cortinas que ella había hecho con tanto trabajo por unas de confección profesional preciosas; el viejo sofá heredado de su abuela ya no combinaba con nada y compraron uno de piel que no era tan cómodo pero que quedaba divino. Tras unos meses, él compró un mueble de baño de forja toledana, dejaba poco espacio, pero el baño parecía sacado de una revista de decoración. Un día dijo que las carpinterías de las ventanas estaban viejas y había que cambiarlas. Y aprovechando la obra en la habitación, decidió hacer algo más innovador.

Hacía dos días lo había sorprendido, disfrutando de su maravilloso piso reformado, con otra. Ahora ella estaba en su cuarto, en penumbra, sola, mirando lo que le había quedado: una habitación oscura, con un absurdo tragaluz.

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