UN DÍA DE VISITA A MODIGLIANI


Es paradójico ver cómo una obra que en 1917 escandalizó por impúdica al público más recatado cubre ahora por completo la enorme fachada de la Casa de las Alhajas frente a un convento de monjas. Una enorme lona con un desnudo del pintor de Livorno cuelga en el exterior de la Fundación Caja Madrid, frente al Convento de las Descalzas, provocando la mirada a veces disimulada de cuantos cruzan la plaza.

Esa tarde llegué a la sala de exposiciones sobre las cinco, con la emoción de quien por fin va a ver algo que lleva tiempo esperando. Nada más entrar ya me encontré rodeado por sus profundos retratos estilizados, pero antes de detenerme delante de cada uno eché una ojeada general a todo el conjunto, en el que se incluyen también obras de sus colegas del barrio. Picasso, Kisling, Soutine, Utrillo, Foujita, Juan Gris... todos ellos compartieron con Modigliani (1884 – 1920) los tiempos en que París acogió a artistas de todos los lugares del mundo y que conformaron lo que ahora conocemos por vanguardias históricas, aunque el italiano no se asoció a ninguno de estos ismos siendo independiente y defendiendo siempre el individualismo de su arte.

Me paré ante los expresivos y tristes ojos de Lunia, también ante la vacía y sugerente mirada de la Pelirroja con colgante, y es que como escribe Molina Foix, parece que Modigliani se apodera del alma de sus retratados “dándoles a todos la semblanza de su propia y enfermiza melancolía”.

En mi opinión fue un artista cuya leyenda ha eclipsado la correcta valoración de su arte (¿o tal vez la ha beneficiado?). Su novelada historia de bohemia, mujeres, drogas, alcohol y trágica muerte y suicidio de su compañera Jeanne Hébuterne, ha sido más apreciada, al menos por el lado más sensacionalista del público, que la plenitud de su obra. Quizá en otro episodio me ocupe de todas estas exageraciones novelescas que se han reflejado en libros y películas -de las que aprovecho para recomendar Montparnasse 19 (Los amantes de Montparnasse) de Jacques Becker (1957) ante el reciente drama protagonizado por Andy García, Modigliani (2004)- ya que hoy me ocupa su pintura, sus empastes, sus formas sencillas y ese azul grisáceo que se deja entrever por los anaranjados de la piel de sus personajes por encima de toda esta ‘farándula’ (como diría el amigo Leyton) que rodea a la figura del artista.

Continúo mi recorrido, deshaciéndolo a veces, entre más retratos, desnudos y un único paisaje del pintor. Otras tantas obras de artistas afines y una curiosa colección de fotografías de la época completan las diferentes plantas del edificio.

A la salida me hago con un catálogo, me tomo unas cañas dando una vueltecita por los bares del centro castizo de Madrid y paso la noche en un hostal de la calle de la Cruz para, a la mañana siguiente, ver la continuación de la exposición en las salas del Museo Thyssen.

Desayuno en Jacinto Benavente y me dirijo caminando al museo. Tengo entrada reservada para las diez y con el nuevo sistema de reserva no se admiten retrasos. Al llegar me informo sobre un curso monográfico sobre Modigliani que organiza el centro junto al comisario del evento Francisco Calvo Serraller y otros escritores. El programa parece interesante.
Llega la hora, y como un grupo de novillos que entran a la plaza desorientados desde el toril, accedemos a la sala donde nos topamos de frente con El violonchelista y un cuadro de Cézanne con el que se compara. En esta parte de la muestra se relaciona la obra de Modigliani con la de los maestros que lo influyeron: Gauguin, Toulouse-Lautrec, Brancusi y los anónimos del arte de África negra entre otros.

En algunos cuadros me gustó poder ver cómo el artista aprovechaba las telas por los dos lados en tiempos de necesidad. Se muestran de este modo dos lienzos en que es curioso observar la trasera del cuadro y el bastidor carcomido, taladrado y lleno de etiquetas de las diferentes exposiciones por las que ha ido pasando en todo el mundo. Ahora recuerdo las que se le dedicaron en Segovia y Sevilla en 2002 y 2003, pero me parecieron más humildes y desde luego no tan completas como esta de Madrid, en la que han conseguido reunir gran parte de la ‘artillería pesada’ de la producción de Modigliani.

Avanzo en la visita. Otro departamento está dedicado a sus esculturas de cabezas primitivistas inspiradas en las máscaras africanas. Modigliani realizaba estas figuras en bloques robados de los bordillos de las aceras y de edificios en construcción, hasta que, por problemas pulmonares, tuvo que abandonar definitivamente el trabajo en piedra. Con estos volúmenes y los dibujos de cariátides que también se exhiben comprendemos cómo su obra escultórica marcó las pautas por las que dirigiría su pintura en adelante.

Dejo atrás las cariátides y paso a otra sala para encontrarme con su famoso Autorretrato, en el que me doy cuenta de que coge la paleta con su mano derecha, lo que indica que el livornés era zurdo o que se debe al efecto de inversión del espejo en que posiblemente se miró para pintar el cuadro. Por encima de esta curiosidad me fijo en cómo emplea empastes de pintura en unos lienzos y no en otros, como por ejemplo en este autorretrato. Quizá se deba, como decía antes, a los tiempos de escasez, o tal vez a que algún cuadro se abandonó antes de haber superpuesto pinceladas más cargadas, o vete tú a saber... hasta parece que empleaba algún diluyente incompatible con el óleo en ciertos casos.

También me detengo largo rato ante el majestuoso retrato de Anna Zborowska, a robar con la mirada algo que quizá no es tan bueno a los ojos de muchos críticos y pintores (como tampoco gusta la tosquedad de Rory Gallagher a los puristas de la guitarra, si se me permite la analogía musical). Ante este retrato no cabe hablar de conocimientos técnicos sino de emoción y expresividad, de la sencillez de volúmenes y colores, de la elegancia del trazo y del equilibrio que siempre hay entre la síntesis formal y el parecido con la fisonomía del modelo.

Entro en la última sala de la exposición, donde están colgados cuatro de sus famosos y sensuales desnudos. El azul de las paredes hace brillar aún más el color de las carnaciones de las modelos que miran fijamente al espectador. “No muerden, podéis acercaros”, dice un guía a su grupo de visitantes ante el Desnudo recostado con las manos tras la cabeza. Ante estas obras me vienen a la cabeza la Maja de Goya, las Venus de Giorgione y Tiziano, Tintoretto y hasta Cranach, y pienso en cómo Modigliani recurre al desnudo clásico para traducirlo a un propio lenguaje moderno.

Llego al final de la exposición, pero antes de salir la recorro de nuevo en un rápido paseo de ‘reasimilación’. A la salida, para que no te escapes sin comprar un souvenir, una esperpéntica tienda de artículos Modigliani, desde vajillas hasta toallitas para limpiar las gafas, lo que me hace recordar la escena de la película de Becker en que el artista se niega a vender sus cuadros a un rico coleccionista que pretende usarlos para promocionar perfumes.

A Salomé.

Ángel Rodríguez Robles. Feb.2008.

Modigliani y su tiempo.
Museo Thyssen-Bornemisza / Fundación Caja Madrid.
Hasta el 18 de mayo 2008.

1 comentario:

"El Lobo Estepario" dijo...

Angel, si señor, como cambian los tiempos, pero hay radica la historia, romper con las consciencias en el momento justo