Partamos de una teoría previa: el hombre es un ser narrativo. Es decir, que el hombre está hecho para contar. Su vida, sus mentiras, sus ficciones, su sufrimiento, su alegría, su placer, etc. Es narrativo por definición. Por eso todo el rato nos estamos contando qué hacemos, dónde vamos, qué queremos. Unos a otros. Por eso hay tantos medios de comunicación y se inventan y proliferan otros nuevos: teléfonos, cartas, telegramas, mensajes, internet, MSN, tuenti, y los que vendrán. Sirven para lo mismo, para contarnos y que nos cuenten. Para trasmitir nuestra vida y la de los demás a un público más o menos atento.
Ya sabido esto, vamos con lo que hoy nos ocupa. En toda narración, y no sólo narración, también en casi todas las manifestaciones artísticas, se establece una relación íntima entre el receptor y el emisor. Es decir, que toda actividad artística es un acto comunicativa entre un autor que emite y un receptor que recibe un mensaje. Pero no es una comunicación normal, no es un mensaje de los habituales donde queremos simplemente transmitir ese mensaje, una información, queremos algo más, queremos transmitir una sensación.
El receptor de esa sensación la interpreta, pero no sólo eso, la hace suya, la siente, la vive de una manera u otra, en primera persona.
Es decir, se identifica con el emisor. Pongámonos un segundo ante un momento artístico universalmente reconocido: el grito de Edvard Munch. Todos conocemos esa figura, pero ¿quién no se ha visto a si mismo profiriendo ese grito? ¿Quién no se identifica con el dolor de esa figura que pese a todo no parece absolutamente humana, transida, seguramente, por el dolor? Ese proceso se ha producido al mismo tiempo que la comunicación, han dejado de estar uno a cada lado, emisor y receptor, a estar los dos en el mismo lado, los dos como emisor de esa sensación. O lo que es lo mismo, nos hace vivir ese momento, esa historia, ese sentimiento, y nosotros a su vez lo hacemos nuestro, lo hacemos íntimo y propio, nos convertimos en emisores del mensaje que nosotros mismos recibimos. Nos hemos identificado con el artista, con su mensaje, con el protagonista de la representación artística.
Hemos dado ahora con una palabra importante, protagonista. La identificación tenderá a ser con el protagonista del acto comunicativo. Cuanto más concreto, más próxima y más certera será esa identificación. Cuanto más abstracto, más lejano a una interpretación personal, más difícil será ese proceso.
Si hay un protagonista, si existe, sea la voz del poeta, sea un personaje que vemos en una película, sea una figura escultórica, podremos identificarnos con él.
De ahí que comenzáramos hablando del hombre como ser narrativo. Si bien estos procesos identificativos se pueden dar en cualquier arte, se dan preeminentemente en aquellos que tengan la facultad de trasmitir una historia, una narración. Así, el hombre como ser narrativo, pretende que los demás se identifiquen con él, no sólo informar de sus hechos, presumir de ellos, también hacer sentir lo que él sintió.
En la narración existirán una serie de personajes. De personas fingidas por así decirlo. Y la posibilidad de identificarnos con ellos, protagonistas, secundarios, malos incluso, es muy fácil, muy primariaTomemos cualquier película. ¿Quién no siente los golpes que le dan a Indiana Jones? ¿Y quién no disfruta y sonríe cuando este saca el látigo? O vayamos a una comedia, ¿quién no siente bochorno antes las estupideces del Inspector Crusoe? ¿O ante las meteduras de pata de Ross Geller? Es por el proceso identificativo. Porque nos identificamos, nos sentimos como ellos, ellos al fin y al cabo.
Es un proceso básico en toda narración, hacernos sentir payasos, héroes, amantes, amados, triunfadores, miserables, morir y renacer, y volver a hacerlo muchas veces.
Es el proceso básico que se da en un género tan poco estimado como el porno. ¿Cómo se podría suponer el triunfo de este género sin la suplantación que del protagonista hacen los espectadores? ¿Cómo se explica este éxito si no es porque el espectador se pone en la piel del protagonista de la escena?
He ahí la identificación, ese proceso tan importante en el arte. Tanto que si un protagonista lo consigue, la obra trascenderá.
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