Aún siento escalofríos al pensar en aquella tarde, aún tengo secuelas graves producidas por la terrible experiencia, aun no puedo creer que algo tan inofensivo como el baño público de una ciudad perdida haya tenido estas consecuencias para mí.
Estábamos agotados de hacer turismo y no había un bar ni ningún sitio donde poder hacer nuestras nobles necesidades. Yo me aguantaba estoicamente como corresponde, pero cuando vi el cartel “W.C” me sentí francamente aliviado. Era prácticamente de noche y estaba iluminado de una forma prometedora. Era un baño público extraño porque tenía forma de elipse, era de azulejos blancos y turquesa en su exterior lo que le daba un aspecto de limpieza y pulcritud inusual. Le dije a mi mujer que me esperara un momento fuera por si no había papel y entré feliz. De la impresión que me produjo, fui incapaz de moverme durante unos instantes. El interior era de aluminio y estaba lleno de minúsculos agujeros por los que goteaba agua, el fluorescente del techo parpadeaba sin cesar y un chirrido sobrecogedor comenzó a sonar, como si algo se estuviera abriendo. Intenté abrir la puerta, porque prefería buscar otro sitio donde aliviarme, pero fui incapaz de hacerlo, estaba sellada. En un instante, la luz dejó de parpadear y se apagó del todo, el chirrido no cesaba, yo comencé a temblar y noté como mi estoico aguante cedía empapando lentamente mis pantalones, estaba atrapado.
Noté cómo algo agarraba mi pierna fuertemente y me arrastraba, no podía ver nada, sólo oía lamentos y quejidos que intuí de personas que habían sufrido mi misma suerte. El aire olía a excrementos y orines, por lo que supe que me llevaban a las cloacas. Sentía un calor infernal, el sudor bañaba todo mi cuerpo. De repente, una voz gutural comenzó a llamarme “Martín, Martín”. Estaba aterrado, era incapaz de moverme, seguía sin ver nada y temblaba a pesar del calor. “Martín, Martín ven…” Yo ya me veía en las noticias: VACACIONES TRUNCADAS: padre de familia desaparece inexplicablemente en baño público”. La presión en la pierna se hizo más fuerte y después sentí cómo me agarraban por todo el cuerpo, tiraban de mi, me iban a destrozar. Había algo de luz, pero no podía distinguir nada. Aquellas garras me apretaban, tenía que luchar, hacer algo por mi vida y no pensé más. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y lancé patadas, puñetazos y mordiscos a diestro y siniestro. Oía gritos de dolor en mis captores, pero no me soltaban, no conseguía librarme de aquellas garras y ellos también me golpeaban, me clavaban sus uñas. Peleé hasta la extenuación, pero al final ellos fueron más fuertes y me abandoné a mi suerte orgulloso de mi valentía, al menos lo había intentado. Lo último que pensé fue que esperaba que mi mujer e hijos supieran lo mucho que les quería.
Pasó algo de tiempo y lo que fuera que me había estado agarrando me soltó. Yo estaba inmóvil, el cuerpo me pesaba tanto que no podía hacer nada. Poco a poco fui recuperando la visión esperando ver el rostro de mis secuestradores, pero lo que vi fue mucho peor de lo que había imaginado: mi mujer con la nariz sangrante y un ojo hinchado, operarios de una ambulancia derribados en el suelos, un montón de policías amenazantes a mi alrededor y a un corrillo de gente que me miraba reprobante. Más tarde cuando se pasó el efecto de los somníferos que me pusieron y me recupere un poco del traumatismo craneal, me contaron lo que pasó aquella tarde aciaga. El baño público tenía un sistema a través del que durante unos minutos después de entrar, se precintaba la puerta. Yo intenté salir y, de los nervios, sufrí una bajada de tensión. El chirrido que sonaba era la taza de wáter automática que bajaba y subía sola, las voces eran de mi mujer y otros transeúntes preocupados por mi tardanza. El baño, a los quince minutos activo su función de autolimpiador que me empapó por completo y me hizo desorientarme tanto que cuando, por fin, se abrió la puerta y pudieron sacarme, casi mato a mi mujer y a los pobres sanitarios. Fue tanta la vergüenza y el bochorno que aún a día de hoy no lo he superado, y cada vez que veo el cartel de W.C en la calle me baja otra vez la tensión y me desmayo. Porque eso fue lo que me contaron, lo que me quisieron hacer creer, pero yo sé la verdad, por qué me comporte así, y es que, aquel día, durante unos minutos, yo estuve en una dimensión desconocida.
Estábamos agotados de hacer turismo y no había un bar ni ningún sitio donde poder hacer nuestras nobles necesidades. Yo me aguantaba estoicamente como corresponde, pero cuando vi el cartel “W.C” me sentí francamente aliviado. Era prácticamente de noche y estaba iluminado de una forma prometedora. Era un baño público extraño porque tenía forma de elipse, era de azulejos blancos y turquesa en su exterior lo que le daba un aspecto de limpieza y pulcritud inusual. Le dije a mi mujer que me esperara un momento fuera por si no había papel y entré feliz. De la impresión que me produjo, fui incapaz de moverme durante unos instantes. El interior era de aluminio y estaba lleno de minúsculos agujeros por los que goteaba agua, el fluorescente del techo parpadeaba sin cesar y un chirrido sobrecogedor comenzó a sonar, como si algo se estuviera abriendo. Intenté abrir la puerta, porque prefería buscar otro sitio donde aliviarme, pero fui incapaz de hacerlo, estaba sellada. En un instante, la luz dejó de parpadear y se apagó del todo, el chirrido no cesaba, yo comencé a temblar y noté como mi estoico aguante cedía empapando lentamente mis pantalones, estaba atrapado.
Noté cómo algo agarraba mi pierna fuertemente y me arrastraba, no podía ver nada, sólo oía lamentos y quejidos que intuí de personas que habían sufrido mi misma suerte. El aire olía a excrementos y orines, por lo que supe que me llevaban a las cloacas. Sentía un calor infernal, el sudor bañaba todo mi cuerpo. De repente, una voz gutural comenzó a llamarme “Martín, Martín”. Estaba aterrado, era incapaz de moverme, seguía sin ver nada y temblaba a pesar del calor. “Martín, Martín ven…” Yo ya me veía en las noticias: VACACIONES TRUNCADAS: padre de familia desaparece inexplicablemente en baño público”. La presión en la pierna se hizo más fuerte y después sentí cómo me agarraban por todo el cuerpo, tiraban de mi, me iban a destrozar. Había algo de luz, pero no podía distinguir nada. Aquellas garras me apretaban, tenía que luchar, hacer algo por mi vida y no pensé más. Reuní las pocas fuerzas que me quedaban y lancé patadas, puñetazos y mordiscos a diestro y siniestro. Oía gritos de dolor en mis captores, pero no me soltaban, no conseguía librarme de aquellas garras y ellos también me golpeaban, me clavaban sus uñas. Peleé hasta la extenuación, pero al final ellos fueron más fuertes y me abandoné a mi suerte orgulloso de mi valentía, al menos lo había intentado. Lo último que pensé fue que esperaba que mi mujer e hijos supieran lo mucho que les quería.
Pasó algo de tiempo y lo que fuera que me había estado agarrando me soltó. Yo estaba inmóvil, el cuerpo me pesaba tanto que no podía hacer nada. Poco a poco fui recuperando la visión esperando ver el rostro de mis secuestradores, pero lo que vi fue mucho peor de lo que había imaginado: mi mujer con la nariz sangrante y un ojo hinchado, operarios de una ambulancia derribados en el suelos, un montón de policías amenazantes a mi alrededor y a un corrillo de gente que me miraba reprobante. Más tarde cuando se pasó el efecto de los somníferos que me pusieron y me recupere un poco del traumatismo craneal, me contaron lo que pasó aquella tarde aciaga. El baño público tenía un sistema a través del que durante unos minutos después de entrar, se precintaba la puerta. Yo intenté salir y, de los nervios, sufrí una bajada de tensión. El chirrido que sonaba era la taza de wáter automática que bajaba y subía sola, las voces eran de mi mujer y otros transeúntes preocupados por mi tardanza. El baño, a los quince minutos activo su función de autolimpiador que me empapó por completo y me hizo desorientarme tanto que cuando, por fin, se abrió la puerta y pudieron sacarme, casi mato a mi mujer y a los pobres sanitarios. Fue tanta la vergüenza y el bochorno que aún a día de hoy no lo he superado, y cada vez que veo el cartel de W.C en la calle me baja otra vez la tensión y me desmayo. Porque eso fue lo que me contaron, lo que me quisieron hacer creer, pero yo sé la verdad, por qué me comporte así, y es que, aquel día, durante unos minutos, yo estuve en una dimensión desconocida.
2 comentarios:
Buena y entretenida historia, la verdad es que para entrar en algunos w.c. hay que echarle un par de cojones o no ser humano.
Lo peor de esto es que es una historia basada en una experiencia personal, un horror el baño, tengo documentos gráficos que algún día colgaré en youtube para que el lugar se convierta en un monumento más a visitar del pueblo, tremendo!
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