Continúa el viaje, en este capítulo desde Santa Cruz de la Sierra hasta Potosí (Bolivia). Este viaje está siendo sorprendente, en solo una semana me enamoré de este país al que sinceramente nunca tuve intención de visitar.
“Buscando a Evo. Capítulo II.”
Bolivia es un país del que realmente sabia poco, conocía a su famoso presidente Evo Morales y el hecho de que consumen hoja de coca. Nunca pensé en viajar por Bolivia pero como estaba en mi camino entre Brasil y Perú no tuve más remedio que pasar por sus tierras. Sin embargo, lo que simplemente iba a ser un lugar de paso se convirtió en un país maravilloso, con una gente encantadora, unos paisajes increíbles. Tengo que confesarlo me atrapó Bolivia. Después de conocer Santa Cruz de la Sierra nos dirigimos a Sucre. La verdad es que en esta ocasión opte por el avión. Se trata de un viaje de solo media hora y que cuesta 50 dólares, la otra opción el autobús es bastante diferente: 17 horas de viaje por una carretera que según me contaron, ves tu muerte en cada curva, se pasa de los 465 metros de altitud a los 2790 de Sucre.
Lo más impresionante del viaje fue que el paisaje cambio completamente, en Sucre ya se comienza a ver el paisaje andino con las montañas peladas. Sucre es conocida como la Ciudad Blanca porque en su centro existen varias iglesias, casas coloniales y museos hechos de piedra blanca. Algo que contrasta con las afueras de la ciudad donde en sus montañas marrones casi pasan desapercibidas las casas de adobe. Y es que la mayoría de las casas en Bolivia no están pintadas porque por una ley del país cuando una casa está finalizada se tiene que pagar un impuesto muy alto, por eso sus habitantes optan por no pintar la casa, para que así permanezca inacabada para siempre. En Sucre comenzamos a sentir uno de los problemas de las ciudades Bolivianas el tráfico y la bocina: un total caos. Imposible acostumbrarse a que todos los conductores usen la bocina todo el tiempo, a que hagan adelantamientos en las calles congestionadas, a que las camionetas-autobuses paren en cualquier lado, en cualquier momento, independientemente de semáforos, señales de tráfico, de que se encuentren en el carril de la derecha etc. Después de dos días conociendo la ciudad del Sucre nos dirigimos en autobús a Potosí. Esta vez llegamos a los 4.000 metros.
La altitud hasta ese momento no nos había afectado, y aunque no sentimos los famosos dolores de cabeza, nauseas etc., si tengo que decir que al bajar del autobús y comenzar a caminar hacia la plaza del centro con las mochilas, aguantamos unos dos minutos, tras los cuales decidimos llamar un taxi. Al día siguiente visitamos el mercado municipal donde desayunamos en una mesa atendida por la señora Clara que nos preparó un rico café y tostadas. Allí pudimos comprar las famosas hojas de coca. En esta región casi todos consumen estas hojas para el mal de altura, es común ver en las calles y plazas de la ciudad gente sentada masticando la hoja. La ciudad de Potosí es famosa por su mina de Plata. En la época de la colonia fue la mina más importante de América. Seguro que algunos habéis oído decir alguna vez: “vales más que un Potosí”, bueno pues parece que este dicho viene exactamente por esta mina. En la actualidad la mina sigue funcionando aunque los niveles de plata que se sacan de ella son más bien escasos. La mina se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Se organizan visitas guiadas a su interior. Fue una de las experiencias más increíbles de mi vida. Después de vestirnos adecuadamente para la mina (botas de goma, casco con linterna y mono) nos dirigimos a las tiendas cercanas para comprar refrescos y hojas de coca, para ofrecérselo a los trabajadores. La mina carece de los más escasos medios de seguridad, tuvimos que pasar por un pasillo de entrada en la que cada dos por tres teníamos que encostarnos a la pared para que pasaran los vagones con las piedras sacadas de las paredes. Los trabajadores parecían cansados, en la oscuridad de la mina, empujando toneladas de piedra, masticando hojas de coca. Trabajan seis días a la semana durante unas 8 o 10 horas, durante las cuales no comen, durante todo el tiempo mastican la hoja de coca lo que les quita el hambre y la sed y lo que les da fuerzas para aguantar su jornada. Su descanso es cada tres horas cuando escupen las hojas, se sientan y comienzan de nuevo a comer hojas de coca, introduciéndolas en la boca una a una hasta formar una gran bola que dejan en la boca y que masticarán durante las siguientes tres horas. Para ver como trabajaban algunos de los mineros tuvimos que escalar y arrastrarnos por varios agujeros hasta entrar en una galería explotada por la cooperativa de Don Pablo. Un hombre de cincuenta años que nos contó que comenzó a trabajar en la mina desde niño porque era huérfano, y que los beneficios no dan casi ni para comer, que si hubiera otro trabajo en Potosí nadie sería minero, y que en la mina ya no trabajaba nadie de su quinta porque todos habían muerto o por accidente o por enfermedad.
A la salida de la mina hicimos el ritual tradicional junto al “Tío”, una figura tosca parecida a un demonio al que todos los lunes el minero pide por un buen trabajo y todo viernes da las gracias. El ritual es ofrecerle hojas de coca y alcohol. Esta figura data de la época colonial y fue colocada por los españoles que no querían entrar en la mina para vigilar los trabajos y decidieron colocar esta figura para atemorizar a los indígenas. Esta visita me hizo reflexionar mucho, a veces es necesario conocer cómo viven los otros para tener una perspectiva de lo afortunados que somos y como otros no lo son tanto.
“Buscando a Evo. Capítulo II.”
Bolivia es un país del que realmente sabia poco, conocía a su famoso presidente Evo Morales y el hecho de que consumen hoja de coca. Nunca pensé en viajar por Bolivia pero como estaba en mi camino entre Brasil y Perú no tuve más remedio que pasar por sus tierras. Sin embargo, lo que simplemente iba a ser un lugar de paso se convirtió en un país maravilloso, con una gente encantadora, unos paisajes increíbles. Tengo que confesarlo me atrapó Bolivia. Después de conocer Santa Cruz de la Sierra nos dirigimos a Sucre. La verdad es que en esta ocasión opte por el avión. Se trata de un viaje de solo media hora y que cuesta 50 dólares, la otra opción el autobús es bastante diferente: 17 horas de viaje por una carretera que según me contaron, ves tu muerte en cada curva, se pasa de los 465 metros de altitud a los 2790 de Sucre.
Lo más impresionante del viaje fue que el paisaje cambio completamente, en Sucre ya se comienza a ver el paisaje andino con las montañas peladas. Sucre es conocida como la Ciudad Blanca porque en su centro existen varias iglesias, casas coloniales y museos hechos de piedra blanca. Algo que contrasta con las afueras de la ciudad donde en sus montañas marrones casi pasan desapercibidas las casas de adobe. Y es que la mayoría de las casas en Bolivia no están pintadas porque por una ley del país cuando una casa está finalizada se tiene que pagar un impuesto muy alto, por eso sus habitantes optan por no pintar la casa, para que así permanezca inacabada para siempre. En Sucre comenzamos a sentir uno de los problemas de las ciudades Bolivianas el tráfico y la bocina: un total caos. Imposible acostumbrarse a que todos los conductores usen la bocina todo el tiempo, a que hagan adelantamientos en las calles congestionadas, a que las camionetas-autobuses paren en cualquier lado, en cualquier momento, independientemente de semáforos, señales de tráfico, de que se encuentren en el carril de la derecha etc. Después de dos días conociendo la ciudad del Sucre nos dirigimos en autobús a Potosí. Esta vez llegamos a los 4.000 metros.
La altitud hasta ese momento no nos había afectado, y aunque no sentimos los famosos dolores de cabeza, nauseas etc., si tengo que decir que al bajar del autobús y comenzar a caminar hacia la plaza del centro con las mochilas, aguantamos unos dos minutos, tras los cuales decidimos llamar un taxi. Al día siguiente visitamos el mercado municipal donde desayunamos en una mesa atendida por la señora Clara que nos preparó un rico café y tostadas. Allí pudimos comprar las famosas hojas de coca. En esta región casi todos consumen estas hojas para el mal de altura, es común ver en las calles y plazas de la ciudad gente sentada masticando la hoja. La ciudad de Potosí es famosa por su mina de Plata. En la época de la colonia fue la mina más importante de América. Seguro que algunos habéis oído decir alguna vez: “vales más que un Potosí”, bueno pues parece que este dicho viene exactamente por esta mina. En la actualidad la mina sigue funcionando aunque los niveles de plata que se sacan de ella son más bien escasos. La mina se ha convertido en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad. Se organizan visitas guiadas a su interior. Fue una de las experiencias más increíbles de mi vida. Después de vestirnos adecuadamente para la mina (botas de goma, casco con linterna y mono) nos dirigimos a las tiendas cercanas para comprar refrescos y hojas de coca, para ofrecérselo a los trabajadores. La mina carece de los más escasos medios de seguridad, tuvimos que pasar por un pasillo de entrada en la que cada dos por tres teníamos que encostarnos a la pared para que pasaran los vagones con las piedras sacadas de las paredes. Los trabajadores parecían cansados, en la oscuridad de la mina, empujando toneladas de piedra, masticando hojas de coca. Trabajan seis días a la semana durante unas 8 o 10 horas, durante las cuales no comen, durante todo el tiempo mastican la hoja de coca lo que les quita el hambre y la sed y lo que les da fuerzas para aguantar su jornada. Su descanso es cada tres horas cuando escupen las hojas, se sientan y comienzan de nuevo a comer hojas de coca, introduciéndolas en la boca una a una hasta formar una gran bola que dejan en la boca y que masticarán durante las siguientes tres horas. Para ver como trabajaban algunos de los mineros tuvimos que escalar y arrastrarnos por varios agujeros hasta entrar en una galería explotada por la cooperativa de Don Pablo. Un hombre de cincuenta años que nos contó que comenzó a trabajar en la mina desde niño porque era huérfano, y que los beneficios no dan casi ni para comer, que si hubiera otro trabajo en Potosí nadie sería minero, y que en la mina ya no trabajaba nadie de su quinta porque todos habían muerto o por accidente o por enfermedad.
A la salida de la mina hicimos el ritual tradicional junto al “Tío”, una figura tosca parecida a un demonio al que todos los lunes el minero pide por un buen trabajo y todo viernes da las gracias. El ritual es ofrecerle hojas de coca y alcohol. Esta figura data de la época colonial y fue colocada por los españoles que no querían entrar en la mina para vigilar los trabajos y decidieron colocar esta figura para atemorizar a los indígenas. Esta visita me hizo reflexionar mucho, a veces es necesario conocer cómo viven los otros para tener una perspectiva de lo afortunados que somos y como otros no lo son tanto.
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