NO HAY DÍA SIN SOL

Suenan los segundos en el reloj, como gotas de lluvia que caen ensuciándolo todo. Arturo no sabe como huir de ese sonido, se le ha metido dentro de la piel, le ha calado hasta los huesos. Arturo mira el anillo en su dedo anular y piensa en la paradoja que supone
esa infinitud de la circunferencia, la figura perfecta, ese símbolo de amor que ahora le quema en el dedo. Ella se ha marchado dejando la casa, la vida, la promesa de futuro vacías; únicamente ocupadas por ese sonido monótono del tiempo que pasa. Llaman al teléfono, pero Arturo se niega a cogerlo, ya sabe lo que quieren pero ahora él no puede hacerlo. Se siente mutilado, como si le hubieran arrancado la mitad de sí mismo, no puede hacer nada. Pasa un día entero perdido en la telaraña de su tragedia mientras el teléfono suena una y otra vez. A primera hora de la mañana del segundo día vacío suena el timbre, una sola vez. Arturo no lo ha oído, tan concentrado está en el reloj. Del otro lado de la puerta otro sonido comienza a filtrarse, a romper su pequeño microcosmos de segundos que se oyen pero no pasan, de tiempo detenido. Al principio se escucha lejano como si perteneciera a otro mundo, pero cada vez suena más fuerte y los segundos de su reloj son más difíciles de escuchar, hasta que, al final, no consigue oírlos y sólo existe eso que le asalta del otro lado de su puerta. No puede ignorarlo, es demasiado cruel. Tras unos minutos de lucha, de rebeldía, incluso de rabia, abre. Allí la encuentra llorando, indefensa. Le duele tanto mirarla, tan minúscula y aun así tan parecida a ella. Junto a la pequeña una nota “La niña no tiene la culpa, se ha quedado sin madre no sin padre. Lo siento, no he tenido más remedio que hacer esto. Reacciona.” La niña llora y llora. De pronto algo se rompe en su interior y lo entiende. Aun hay esperanza para él, aún tiene donde volcar todo ese amor que se le ha quedado dentro, aún conserva una parte de ella, una que vivirá con el siempre. Coge a la pequeña y la mece, intenta calmarla, no lo consigue, ella apenas lo conoce, lo mira con extrañeza, el no se lo reprocha, se ha desentendido demasiado tiempo. La niña llora y el también, mientras comienza a tararear la canción que le cantaba cuando aún estaba en el vientre de su madre. Le acaricia suavemente la espalda, la acuna. Arturo siente como a medida que eleva la voz ella va apagando su llanto. Ya no importan los segundos que no pasan, no importa el tiempo perdido, sólo que Arturo se sabe vivo de nuevo, la lluvia ha cesado en su corazón.

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