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Hace casi un mes que salí de la tierra que me vio nacer y llegué a la tierra de la samba y el fútbol. Samba todavía no he visto mucha, pero fútbol ya he visto demasiado. Pero que obsesión! Las primeras impresiones la verdad es que dejaron mucho que desear pero con unos días de aclimatización todo tiene ahora otro color. El primer día cuando llegamos del aeropuerto y subimos al taxi camino del hotel solo pensaba por favor que no tengamos que pararnos en ninguna de estas calles. Todas eran muy sucias y con pinta de peligrosas. La obsesión de la seguridad nos hico hasta pensar que oíamos tiros cuando simplemente fue el ruido de un tubo de escape. Tanto hablar de lo peligroso que era Sao Paulo que yo ya veía el peligro en cualquier esquina. Fue solo acostumbrarse un poco y entender que esto es diferente a España, pero que diferente no quiere decir malo, ni que pobreza es igual a delincuencia. A partir de aceptar esta idea, todo fue más fácil.

El comienzo fue difícil, porque no confesarlo, llegar a una ciudad de 20 millones de habitantes sin tener ni idea de nada ni conocer a nadie puede ser bastante complicado. Es como volver a nacer, tienes que aprender todo desde el principio hasta las cosas más sencillas. Como por ejemplo la primera vez que subes a un autobús, aquí no te cobra el conductor, sino que en mitad del pasillo hay un torno y un asiento con el cobrador. Cuando por fin me enteré de cómo funcionaba me acordé de Ciudad de Dios y cuando el protagonista quiere atracar un autobús y se encuentra con Mane Galina.En cuanto a la ciudad pues os podéis imaginar, mucho tráfico, mucho ruido, mucha suciedad y unos contrates que te echan de espalda. Lo mismo ves una favela que pasas por una avenida llena de los edificios más modernos. El otro día tuve que ir a una de estas avenidas y para entrar en un edificio me tomaron las huellas digitales y una foto. Por un momento me sentí dentro de alguna película de acción made in Hollywood y que en cualquier comento aparecería Tom Cruise para robar cualquier cosa. Y es que la seguridad en esta ciudad es una obsesión, no sé si está justificada o no, lo que sí sé es que cada vez que paso cerca de un banco o cajero y coincido con los que recogen las pelas, me muero de miedo porque van con las pistolas ya en la mano, dispuestos a disparar a la menor provocación. La desigualdad se ve por todos lados, en las carreteras ves unos cochazos súper modernos junto con otros de hace millones de siglos. Eso si da gusto ver las miles de furgonetas Volkswagen que todavía circulan por aquí.


Y no solo existe contraste entre pobres y ricos sino que la mezcla entre la población es muy rica. Y no lo digo por los blancos, negros, indios, o mestizos, cosa que ya me esperaba sino que además aquí en Sao Paulo hay una población grandísima de japoneses. No me pregustéis porque, solo sé que este año se conmemoran los 100 años de la inmigración japonesa. Aunque muchos guardan todavía parte de su cultura, en realidad hablan portugués, comen comida brasileña, después de todo llevan tres generaciones viviendo aquí.

En cuanto al paisaje de la ciudad es otra muestra de contrastes. Imaginaros una ciudad de 20 millones de habitantes, pues os imaginareis millones de edificios, coches, contaminación etc., y acertareis. Pero junto a todo esto de repente en cualquier esquina, en cualquier pedazo de tierra sin construir aparece la selva. Os lo juro, los parques del centro de la ciudad no son jardines son verdaderas selvas donde ni siquiera se ve el sol. Aquí salen plantas hasta de los troncos de los árboles. Por ejemplo en la facultad de historia hay un patio interior pequeñito en el que simplemente hay un árbol como de 10 metros porque no cabe nada más. Parece que estoy en la isla de Tintín y la estrella misteriosa. Y todo esto en Sao Paulo, no me puedo imaginar cómo puede ser el Amazonas.

Y el agua, aquí no hay problemas de sequias. Ahora estamos en época de lluvias, y cae el diluvio universal todas las noches. Claro por eso esta todo tan verde. La primera vez que salí de Sao Paulo fui a Caraguatatuba, una pequeña ciudad en la playa dentro del mismo estado de Sao Paulo. Para llegar tuve que pasar por una sierra llena de ríos, lagos etc. Las playas eran preciosas, enormes rodeadas de vegetación salvaje, con pequeñas cascadas.

Este viaje la verdad es que fue muy corto. Conocí la ciudad y después varias playas hasta Ubatuba. Entre las dos pueblos hay como cuarenta quilómetros de playas, medio salvajes y casi sin explotar. Allí me vi, una semana después de salir de España sentada en un chiringuito, bebiendo una verdadera caipirinha con cachaça del lugar. Todo un paraíso, aunque tengo que confesar que joder con la cachaça del lugar, tuve que pedir al camarero que me echara tres veces hielo porque estaba fuerte que no veas.

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