Delirio vano è questo!
La increíble y disparatada historia del zarpero sin nariz.
Cuando se despertó notó una sensación extraña en el pecho o quizá más arriba. No sabía que era. Parecían unas ganas terribles de estornudar y un no poder hacerlo. Abrió la boca y bostezó como un león del circo que fuera a comerse a tres domadores. En el espejo miro su cara un rato. No era buena. Tanta fiesta le estaba dejando una arrugas prematuras y unas bolsas en los ojos para los que no servirían de nada todas las cremas que se compraba. Se lavó la cara, las manos, detrás de las orejas. Se quitó las legañas persistentes. Pero seguía habiendo algo raro. Se paró ante el espejo y estuvo un rato pensando. Pero como no podía concentrarse todo lo que le salía era la alineación del Real Madrid: “Casillas, Ramos, Heinze, Pepe, Marcelo mira que es malo el Marcelo ese, Guti...” Al llegar a Guti el pensamiento se le fue de una forma imparable a Arancha de Benito y luego a Bibi Andersen. Meneó la cabeza para tratar de recuperar el orden de sus pensamientos. Volvió a mirarse en el espejo y salió
del baño, pero antes de salir dio un respingo y volvió a mirarse al espejo. ¡No tenía nariz! Era eso lo que le faltaba, la nariz. “Joder” pensó “¿Qué me ha pasado? ¿Y mi nariz?” Su nariz no era muy hermosa, pero sin duda era útil. Le servía para respirar y para oler, para apoyar las gafas de sol y sobre todo para su ocupación más querida: la zarpa. Tuvo momentos de histeria. Volvió a la cama y la revolvió a ver si encontraba su perdida nariz, pero allí no estaba. Desolado se sentó en la cama revuelta y pensó en qué hacer. Respirar respiraba, no sabía cómo pero lo hacía. Fue al médico. Este le hizo pruebas y le dijo que no pasaba nada, que se podía vivir sin nariz, que él respiraría bien y que más o menos olería y eso. Para las gafas de sol y para la zarpa no le dio ninguna solución. Su vida, su vida de joven y de diversión y de alegría, su vida más completa, estaba a punto de acabarse. Fue al bar donde se reunía con sus amigos. El cachondeo fue general. Todos le decían que era un despistado, que si había perdido también otra cosa que ahora no se veía y esos chistes tan típicos de los bares y tan finos todos. Sus más íntimos después de las risas le dieron un poco el
pésame ¿Qué iba a hacer ahora? Eso era lo que él se preguntaba y lo que todos le preguntaban. Pidió una cerveza para consolarse. Sus amigos, sensibilizados, pensaron en no consumir delante de él durante cierto tiempo. Otros le acompañaron en sus pasos de la noche anterior por si encontraban la nariz, fue inútil. Uno, el más sabio, le dijo que no se preocupase, que había muchas más cosas aparte la zarpa: “Está el cristal, M, anfetas, porros, keta, qué sé yo, sólo tienes que buscar, algo encontrarás.” Él sólo pensaba en la pintada que había en la fachada de enfrente del bar : “La zarpa es el postre más dulce” Sí la zarpa era el postre más dulce. Y el plato principal. Y los entrantes. No había nada tan dulce. Buscó nuevos métodos para consumirla. Se la comía, la untaba por la piel en una especia de emplasto, pero nada le servía. Hicieron una prueba científica para comprobarlo. Midieron la tensión y las pulsaciones de un amigo con zarpa y luego las suyas. Las suyas no subían. Ni sus pupilas se dilataban, ni sentía ese estupendo estado de euforia y satisfacción que le daba el postre más dulce. La vida era más triste, más anodina sin la zarpa a su lado. Acompañaba a sus amigos en sus
incursiones sólo para sentir el reflejo de su gloria y revivir los tiempos pasados ¡Era tan dulce el recuerdo! ¡Tan dulce el postre que no podía probar! El resto de sustancias no le hacían el mismo efecto. Además bebía menos y se emborrachaba más. Sus amigos le dejaban rebañar y untarse en las encias lo que sobraba. Por un momento todo parecía ser como antes pero no era así. A veces para que el recuerdo no fuera tan duro se quedaba con los que no se metían. Le parecían de una indigencia social insoportable. Como teniendo nariz y zarpa al alcance no la utilizaban. Cabrones. Decidió ir a un cirujano plástico. El médico le prometió una nariz nueva, pero tendría que pagar mucho dinero. Casi una montaña de zarpa sobre una mesa como había visto en aquella película tantas veces en los últimos meses. Empezó a ahorrar. Dejó de salir, de beber y de todo por no gastar. Tenía un objetivo, recuperar su nariz y sus funciones antiguas. A los dos años volvió, tenía una nueva nariz, además muy atractiva. Pero eso a él le daba igual, lo que valía era que había recuperado el postre más dulce.
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