Te miro perdida en la nada de tus ojos. Las lágrimas van resbalando impunes por mis mejillas y me desgarran como un torrente de cristales rotos, me van partiendo sin que pueda hacer nada para evitarlo. Te miro e intento no recordar, vaciar mi mente, no sentir esta rabia y poder disfrutar de este instante de cordura. Debería tomarlo como un regalo, no como una burla del destino, que por un momento me hace albergar unas esperanzas que en un segundo se desvanecen como si nunca hubieran existido. Te miro y los recuerdos me asaltan, la primera mirada cómplice, los primeros huracanes de mariposas, los suspiros inocentes, ese beso que me robaste y que abrió las puertas de un universo desconocido para mí, una felicidad plena que me dio fuerzas siempre. También recuerdo la primera pelea, la primera reconciliación, todos los problemas, las soluciones. Y recuerdo esa sensación de llevar en mi vientre una parte de ti, esa que ya siempre estaría de alguna manera. Recuerdo tu rostro cuando supiste que ya no éramos dos, tu rostro que ahora es una mueca permanente. Miro en tus ojos buscando el pequeño castillo de arena de sueños que habíamos construido y no lo encuentro, no existe, tampoco lo siento en mi, se ha esfumado. No lo entiendo, no es justo, toda la vida trabajando, luchando por superar las penas y disfrutar las alegrías, construyendo nuestro futuro con esfuerzo. Habíamos hecho tantos planes, nos habíamos prometido tantas cosas, habíamos dejado para después todo lo que la vida no nos ha permitido hacer. Y ahora que, ahora nada, ahora estoy sola, vacía. Juntos lo hemos hecho todo, lo hemos vivido todo, lo mejor y lo peor, todo. Y ahora te miro y no estás, frente a mi sólo veo un rostro desdibujado que no eres tu, unos ojos vacíos que no reconozco.
Frente a mí sólo está
la desmemoria.
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