“ARTICULO PUBLICADO EN EL BLOG DE CREATURA”
Como ya anunciábamos ayer se publica hoy en el blog narrador.es el relato Cuando no hay palabras de Juan Francisco Vegas, El Lobo Estepario. Podéis leerlo en este enlace: http://www.narrador.es/blog/2008/03/20/cuando-no-hay-palabras/#more-615El relato nos cuenta el inicio de una historia de desamor, de alguien que se va dando cuenta de que ya no quiere como antes a aquella que duerme a su lado y de las sensaciones (infelicidad, tristeza, incluso dolor) que este desamor le empieza a provocar.Encontramos en él mezclado con las referencias a este estado interno del personaje, pequeños detalles, como escenas mínimas, que nos desentrañan la realidad pequeña, la cotidianeidad mínima del personaje: encender un cigarro, el despertador, viajar en el metro.Pero sobre todo nos traslada esa historia de desamor, de amor que empieza ahora a acabarse y a preguntarse cómo fue posible ese amor, qué vio en esa persona que ya no consigue encontrar por más que la mira y que parece una extraña y que hace que ese extrañamiento se vincule a todo (la cama incluso se agiganta pese a no ser muy grande).Resaltar también las referencias corporales que hacen más vivo al personaje: su dolor, su tos, su sueño. Es un hombre que sufre, no sólo por el desamor futuro, sino por ser, ante todo, un hombre poseedor de un cuerpo.Un relato, en fin, que siempre es mejor leer en sí mismo que estar leyendo este pequeño análisis que ahora estoy haciendo. Leedlo pues, aunque sólo sea porque Juan Francisco es un buen tipo. Y si es posible decidnos que os parece.
“CUANDO YA NO HAY PALABRAS”
Sintió el peso del mundo sobre sus costillas. Éstas, rebeldes, decidieron no hacer su trabajo, que era proteger sus pulmones, y empezaron a ceder lentamente. Notó que le faltaba el aire. Empezó a respirar aceleradamente, lo cual aumento aún más la sensación de agobio.
Sintió el precipicio a sus pies, interminable, y padeciendo de vértigo, la tentación de caer al vacío se hizo fuerte. Se incorporó, dejando atrás la mullida cama y empezó a mirar a su alrededor. Todo estaba oscuro. Atinó a tientas a acercar su mano al interruptor y encendió la luz. Sus párpados se cerraron de inmediato en síntoma de protesta por aquel ataque virulento, y poco a poco, los pudo ir abriendo.
Ella estaba tumbada al lado, durmiendo plácidamente. Recordó la discusión antes de dormirse y las palabras que una vez le dijo un gran amigo: nunca te marches a dormir con un enfado, porque enraíza en tu corazón. Lo cierto es que nunca había llegado a entender del todo este consejo, pero intuía que en el fondo algo de verdad tenía.
Se levantó y miró el despertador. Eran las tres del mañana. Fue a la cocina. Sacó un vaso de la estantería y lo llenó de agua. La garganta seca y con restos de nicotina agradeció el detalle. Tomo una bocanada de aire puro para posteriormente encender un cigarro y tomar otra de humo. Entonces la sensación de agobio volvió a él, y se dijo a sí mismo qué sentido tenía continuar con esto. Se preguntó que era ser feliz. Quizás no lo sabía, pero sí sabía que lo que él sentía no era felicidad. Tenía una pena interior que no sabía contener.
El cigarro se consumió lentamente entre sus dedos. Pensó que lo mejor que podía hacer era intentar dormir, porque cuando uno duerme no piensa, no siente, sólo puede tener sueños o pesadillas, de las cuales seguramente no se acordaría a la mañana siguiente. Volvió a meterse en la cama y notó su presencia lejana. Nunca una cama de un metro y veinte centímetros le pareció tan grande.
A las siete de la mañana sonó el despertador. Ambos se levantaron, se asearon, desayunaron, prepararon el material de trabajo y salieron de la casa, dándose un cordial beso de despedida… cuando ya no hay palabras.
En el metro, bajo la mirada perdida del resto de viajantes inmersos en sus propios pensamientos, se sintió sólo. Sólo rodeado de gente. Pensó en ella.
Pero la semilla de la pena había germinado en su corazón.
Sintió el precipicio a sus pies, interminable, y padeciendo de vértigo, la tentación de caer al vacío se hizo fuerte. Se incorporó, dejando atrás la mullida cama y empezó a mirar a su alrededor. Todo estaba oscuro. Atinó a tientas a acercar su mano al interruptor y encendió la luz. Sus párpados se cerraron de inmediato en síntoma de protesta por aquel ataque virulento, y poco a poco, los pudo ir abriendo.
Ella estaba tumbada al lado, durmiendo plácidamente. Recordó la discusión antes de dormirse y las palabras que una vez le dijo un gran amigo: nunca te marches a dormir con un enfado, porque enraíza en tu corazón. Lo cierto es que nunca había llegado a entender del todo este consejo, pero intuía que en el fondo algo de verdad tenía.
Se levantó y miró el despertador. Eran las tres del mañana. Fue a la cocina. Sacó un vaso de la estantería y lo llenó de agua. La garganta seca y con restos de nicotina agradeció el detalle. Tomo una bocanada de aire puro para posteriormente encender un cigarro y tomar otra de humo. Entonces la sensación de agobio volvió a él, y se dijo a sí mismo qué sentido tenía continuar con esto. Se preguntó que era ser feliz. Quizás no lo sabía, pero sí sabía que lo que él sentía no era felicidad. Tenía una pena interior que no sabía contener.
El cigarro se consumió lentamente entre sus dedos. Pensó que lo mejor que podía hacer era intentar dormir, porque cuando uno duerme no piensa, no siente, sólo puede tener sueños o pesadillas, de las cuales seguramente no se acordaría a la mañana siguiente. Volvió a meterse en la cama y notó su presencia lejana. Nunca una cama de un metro y veinte centímetros le pareció tan grande.
A las siete de la mañana sonó el despertador. Ambos se levantaron, se asearon, desayunaron, prepararon el material de trabajo y salieron de la casa, dándose un cordial beso de despedida… cuando ya no hay palabras.
En el metro, bajo la mirada perdida del resto de viajantes inmersos en sus propios pensamientos, se sintió sólo. Sólo rodeado de gente. Pensó en ella.
Pero la semilla de la pena había germinado en su corazón.
1 comentario:
Para cuando ya no hay palabras, están los hechos;recoge uno las alas y emprendes el vuelo antes de que germine en tu corazón la semilla de la tristeza,
Publicar un comentario