Su mirada firme, segura y sedienta a la hora de degollar a las víctimas. Su traje Armani, impoluto antes de quedar manchado de sangre inocente. Las infinitas e incomprensiblemente confusas llamadas con sus amigos para elegir restaurante de noche en lo más in de Nueva York. ¿Qué fue de los noventa y de nuestro polémico y fascinante hombre de negocios-asesino-en serie Patrick Bateman? Desde su aparición estelar en “American Psycho” (publicado en 1991) los ejecutivos elegantes, metrosexuales, asesinos, millonarios y cínicos han ido decayendo en la escala de prestigio social. El caso de Roldán y Mario Conde, ladrones de poca monta sin autoridad snob ni un historial criminal como el señor Bateman, han ocupado el stablishment de la corrupción, y desplazado la autoridad de los bussinessman del calibre y seriedad de Bateman. De entre muchas de sus cualidades, tenemos que destacar su ansia asesina y su trastornada forma de verse a sí mismo. Como se puede observar, una cosa y otra están relacionadas. Bateman odia profundamente la sociedad que le rodea. Sus compañeros pijos, las modelos borderline que se tira, su propio éxito…Pero aquí es dónde Patrick nos demuestra su especial picardía y originalidad. Él mata y odia a todo su alrededor hasta las últimas consecuencias. No nos dedica reflexiones pesimistas al esitlo emo acerca de “lo vacía que es su vida”. No. Llena su existencia de sangre en busca de nuevas experiencias. En el gabinete de pensadores y antropólogos de Canalhemorragia (en esta edición especial de “hemorragia nostálgica”), podemos establecer una cierta vinculación con otro (anti)héroe contemporáneo, ya desaparecido: Tyler Durden. El esquizofrénico protagonista de “El Club de la Lucha”, es otro hombre que marcó un antes y un después en cuanto a enfoque radical de las frustraciones cotidianas se refiere. Tyler nace para canalizar a base de violencia el absurdo mundo contemporáneo, consumista y alienante. Y decide meterse de ostias con todo el que se cruce por delante. Ya de paso, se carga el sistema financiero y no para de follar con Marla Singer, una tía con tendencias suicidas y amante del prozac de segunda mano. ¿No es maravilloso? ¿Dónde están en pleno siglo XXI nuestros héroes capaces de tensionar con su dudosa moral el orden establecido? La pérdida de Bateman y la jubilación anticipada de Durden han dejado huérfanos a la nueva generación que sube, anclada en
Hannah Montanah y el reaguetton gasolinero. Quizá los noventa fueron los años de las antiutopías, del mal llamado fin de la historia proclamado por Fukuyama, pero teníamos a personajes armados hasta los dientes, con ganas de asesinar y robar y quemar cosas por unos ideales difusos nacidos de la enfermedad mental y la frustración que provoca nuestro podrido sistema capitalista. Con la crisis económica, los bussinessman han pasado de ser adorados a ser odiados; no son un modelo a seguir. Con el advenimiento del fenómeno CR9, lo único que quieren los niños es ser famosos y ganar dinero. Las cosas ya no son como antes. Con American Psycho, las ganas de entrar en Wall Street para cometer atrocidades sangrientas eran muchas, igual que el referente de Durden era crucial para quemar tu casa y ocupar una mansión y formar una secta para cargarse el sistema y quemarte la mano con lejía para comprender que a través del sufrimiento y la renuncia uno puede alcanzar la plenitud. Por supuesto, desde este heterodoxo y díscolo canal hemorrágico, también rendimos un tributo a los creadores de dichos personajes, Bret Easton Ellis (American Psycho) y Chuck Palahniuk (Fight Club). Sin ellos, joder a todo el mundo no hubiera sido posible, ni siquiera en los 90.
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