LA CRIATURA, Historias de la gente. Octubre 2009

Me casé con Iris el cinco de Mayo.
Pero no pude aguantar demasiado junto a ella, yo seguía queriendo ser un niño toda mi vida y no soportaba las ataduras. Es cierto que la amaba y que encajábamos muy bien, pero mis alas parecían haberse cortado y necesitaba volver a ponerlas en su sitio. Así que me corté el pelo, cogí mi caballo DESTINO y me fui cabalgando sin descanso y sin mirar atrás hacia la tierra desconocida y salvaje en la que no me podría ir mal.
Tras varios días de subir y bajar montañas, de vadear ríos y tragar polvo, llegué a un lugar alto lleno de oscuridad por la noche y de luz por el día y desde allí observé la línea divisoria que cruzaba el centro del pueblo.
Bajé al pueblo y até mi caballo a un poste, y entré en una lavandería a lavar mis ropas. Un indio que liaba un cigarrillo apoyado en una esquina se me acercó y me pidió fuego. Supe de inmediato que no era alguien corriente. Dijo: "¿Buscas algo fácil de pillar?", respondí: "No tengo dinero"; "No lo necesitas, tengo de sobra para compartir", me dijo.
Partimos esa noche hacia el frío del Norte. Paramos a descansar y al ver que tiritaba le di mi manta, ya que yo iba bien abrigado y no la necesitaba, y él me dio su palabra. Habló toda la noche contando historias fantásticas de hombres y espíritus, de la vida y la muerte, de los no muertos y de los no vivos y yo no podía parar de escuchar sin articular palabra. A la mañana siguiente nos despertamos al alba y le pregunté: "¿A dónde vamos?"; él dijo que estaríamos de vuelta para el cuatro. Le dije: "Esa es la mejor noticia que me han dado nunca."; no sabía a que mes se refería, solo el día cuatro y yo no tenía prisa lo único que necesitaba era encontrarme y tal vez para ese cuatro lo habría hecho y el me habría ayudado.
El indio me prometió infinitas riquezas si le acompañaba en su viaje y le ayudaba. Pensaba en turquesas, pensaba en oro, pensaba en diamantes y en el collar más grande del mundo, mientras cabalgábamos por los cañones, a través del frío diabólico, pensaba en Iris, en cómo ella creía que yo era un temerario y en como hice todo lo que estuvo en mis manos para rodearla de toda la belleza que ella se merecía y que yo en mis adentros sabía que no necesitaba.
Pensaba en cómo me dijo que algún día nos volveríamos a encontrar, y las cosas serían distintas la próxima vez que nos casáramos, que lo único que quería es que me quedara por allí y fuera su amigo, solo con que me quedara con ella, nada más, solo con eso ella sería feliz.
Seguimos cabalgando unas dos semanas hacia el norte y llegamos a unas formaciones rocosas similares pirámides incrustadas en el hielo. Me dijo: "Hay un cuerpo que ando buscando, si lo saco a la luz, valdrá un buen dinero". Entonces creí que sabía lo que tramaba.
El viento aullaba y la nieve era atroz. Cavamos toda la noche, cavamos hasta el alba y en ese momento se desplomó y quedó sin respiración, sin pulso, sin vida. Cuando murió, esperé que no fuera contagioso, y decidí que tenía que seguir adelante. Seguí excavando y llegué hasta la tumba, pero el féretro estaba vacío. No había joyas, no había nada, sentí que me habían timado, debí de estar loco al aceptar su oferta.
Pero al recordar las historias que me había contado la primera noche que dormimos al raso caí en las verdaderas intenciones de mi acompañante. Me invitó a acompañarle en su periplo en busca de la tumba que le habían prometido sus ancestros en sueños y me prometió un buen dinero cuando sacásemos a la luz el cuerpo que andaba buscando. Todo era una metáfora india. Yo tenía que ayudarle a cavar la tumba hasta descubrir el ataúd ya que su anciana edad no le hubiera permitido hacerlo solo y sería entonces cuando encontraríamos el cuerpo y al sacarlo a la luz valdría un buen dinero; pero no era un cuerpo real el que allí había y al morir él sacó a la luz el mío, mi alma y aquello fue más valioso para mi que cualquier suma de dinero. Recordé sus metáforas, el halcón que plegó sus alas para siempre y la princesa enjoyada de mirada triste. Allí en lo alto de la pirámide y al pie de la tumba me había encontrado a mi mismo.
Recogí su cuerpo y lo arrastré dentro, lo eché en el agujero y volví a cubrirlo. Recé una breve oración y me sentí satisfecho, y luego cabalgué de vuelta para encontrar a Iris y decirle que la quería.
Ella estaba en el prado, donde solía desbordar el arroyo. Llegué desde el este con el sol en los ojos, cegado por el sueño y necesitado de un lecho y cuando me acerqué a ella en silencio me dijo: "¿Dónde has estado?"; respondí: "Por ahí". Me dijo: "Pareces distinto"; respondí: "Sí, eso creo". Me dijo: “Te fuiste"; respondí: "No podía hacer otra cosa". Me dijo: "¿Vas a quedarte?"; respondí: "Si tu quieres, sí.

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