Sabiendo que tenían tanto en común y habiendo coincidido o habiéndose conocido unos a otros bien por internet bien en sus salidas nocturnas, bien por amigos u otras coincidencias, ser reunían los Pagafantas siempre que podían en un sitio que era conocido por ellos. Bueno, por ellos y por todos, pues no era más que un parque donde aprovechaban para tostar su pálida piel y para comer pipas con una velocidad, pasión y precisión difíciles de igualar.
Tenían bastantes temas de conversación, cómics, películas, canciones, poemas amorosos, juegos online, consolas y otras ocupaciones meramente intelectuales como teoría del fútbol o de cómo cambiar rápidamente una rueda de un monoplaza fórmula 1. Sin embargo sus conversaciones siempre eran muy parecidas y acababan por tender hacia el objeto de su deseo, hacia aquello que jamás llegarían a conseguir, hacia sus bienamadas mujeres deseadas, sus “recibe fantas” del corazón y el alma.
Eran mujeres fabulosas, todas hermosas, candorosas, buenas, tiernas, inteligentes, divertidas y con muchas otras hermosas cualidades que adornaban sus preciosos cuerpos, sus deseados y adorados cuerpos.
Esas mujeres y su imposible amor eran la obsesión de todos los pagafantas del mundo y de estos por supuesto también. Esas hermosas mujeres y sus despechos y sus desvaríos y sus Buenos días, sus buenos momentos en que se percataban de ellos, de su existencia, y se volvían a ellos y los tomaban como amigos, esos amigos que hacían lo que fuera necesario y más por ellas, que pagaban sus fantas o lo que fuera, que hacían lo que ellas querían, que opinaban lo que ellas opinaban, que deseaban lo que ellas deseaban.
Así algunos eran aficionados a los dibujos de Hello Kitty, otros veían con fruición telenovelas venezolanas, muchos escuchaban horripilantes discos de cantantes hermosos y adolescentes, otros se apuntaban a clases de pilates, aquaeróbic, judo, danza del vientre. Todos eran un poco chóferes. Un mucho almohadones para dormir o pañuelos de lágrimas. Tenían un repertorio de frases hechas, estás estupenda, qué bien te queda, es horrible, qué divertido, pega con tus ojos. En realidad querían decir otras cosas, te metía de todo menos miedo, qué tetas te hace, es horrible, me lo paso genial pero me lo pasaría mejor si…, con esas tetas que tienes nadie va a mirar si hace o no juego con tus ojos.
Cada uno tenía su amada: Pilar, Alicia, Gemma, Ana, Rita, Irene, Noemí, María, y cada una de ellas era mejor que la otra, siempre según el parecer de cada pagafantas al que preguntaras.
Y todas eran hermosas y con cierta tendencia inefable a la perfección. Cierta falsa tendencia a la perfección. O a la perfección según ellos. No tenían defectos. Les hacían llorar por las noches y rezar a Dios o lo que fuera para que ellas un día…
Tenían bastantes temas de conversación, cómics, películas, canciones, poemas amorosos, juegos online, consolas y otras ocupaciones meramente intelectuales como teoría del fútbol o de cómo cambiar rápidamente una rueda de un monoplaza fórmula 1. Sin embargo sus conversaciones siempre eran muy parecidas y acababan por tender hacia el objeto de su deseo, hacia aquello que jamás llegarían a conseguir, hacia sus bienamadas mujeres deseadas, sus “recibe fantas” del corazón y el alma.
Eran mujeres fabulosas, todas hermosas, candorosas, buenas, tiernas, inteligentes, divertidas y con muchas otras hermosas cualidades que adornaban sus preciosos cuerpos, sus deseados y adorados cuerpos.
Esas mujeres y su imposible amor eran la obsesión de todos los pagafantas del mundo y de estos por supuesto también. Esas hermosas mujeres y sus despechos y sus desvaríos y sus Buenos días, sus buenos momentos en que se percataban de ellos, de su existencia, y se volvían a ellos y los tomaban como amigos, esos amigos que hacían lo que fuera necesario y más por ellas, que pagaban sus fantas o lo que fuera, que hacían lo que ellas querían, que opinaban lo que ellas opinaban, que deseaban lo que ellas deseaban.
Así algunos eran aficionados a los dibujos de Hello Kitty, otros veían con fruición telenovelas venezolanas, muchos escuchaban horripilantes discos de cantantes hermosos y adolescentes, otros se apuntaban a clases de pilates, aquaeróbic, judo, danza del vientre. Todos eran un poco chóferes. Un mucho almohadones para dormir o pañuelos de lágrimas. Tenían un repertorio de frases hechas, estás estupenda, qué bien te queda, es horrible, qué divertido, pega con tus ojos. En realidad querían decir otras cosas, te metía de todo menos miedo, qué tetas te hace, es horrible, me lo paso genial pero me lo pasaría mejor si…, con esas tetas que tienes nadie va a mirar si hace o no juego con tus ojos.
Cada uno tenía su amada: Pilar, Alicia, Gemma, Ana, Rita, Irene, Noemí, María, y cada una de ellas era mejor que la otra, siempre según el parecer de cada pagafantas al que preguntaras.
Y todas eran hermosas y con cierta tendencia inefable a la perfección. Cierta falsa tendencia a la perfección. O a la perfección según ellos. No tenían defectos. Les hacían llorar por las noches y rezar a Dios o lo que fuera para que ellas un día…
Ellos sin embargo no eran nada agraciados. Eran feos. Muy feos. Por eso el resto de los hombres no les veían peligrosos. Y hasta los novios les dejaban sin problemas, sin celos en compañía de sus novias toda la tarde. Incluso en la casa, en la habitación de ellas.
Eso les impedía, según ellos, llegar a ellas. Eran feísimos. La gloria era para otros, para los guapos. La Gloria y todas las demás.
Por suerte para ellos siempre había una fea que al final les quería, o más bien quería casarse con ellos y les acompañaba (que era lo más que podían conseguir, compañía) durante toda la vida.
Los más afortunados llegaban a querer a esas otras mujeres. Otros no.
En los foros de pagafantas se daban consejos de cómo dejar a la mujer amada. No verla en un día, luego la ves y estás dos sin verla. Luego cinco sin verla y un día con ella y así hasta que no la tengas que ver más. ¿Y si me llama? No seas absurdo, ¿cuántas veces te ha llamado en la vida? Ninguna. Pues eso. Pocos lo conseguían. Lo que sucedía era que ellas al final encontraban a otro y les daban de lado. Y ellos se quedaban con un palmo de narices y más tristes que un móvil lleno de fotos de un perro.
Eran, sin embargo, tipos optimistas estos pagafantas. No cejaban en su amor por más que todo les fuera mal. Eran como un aficionado del Atleti, que perdía por tres y decía, bueno, aún quedan seis minutos. Y ellos creían, a pesar de no tener ninguna opción ni oportunidad. Pero soñar es gratis. Y ellos soñaban y soñaban y soñaban. Era tan bonito soñar. Todos soñaban con ser el Gran Pagafantas. Aquel que consiguiera ser amado por su amada, aquel que consiguiera el sueño. Pero ninguno lo conseguía. Muchos soñaban sólo con ser capaces de meterse en la cama de la chica, de poder, por qué no decirlo, acostarse con ella, darse al menos ese gran capricho. Pero pasaban generaciones y generaciones de pagafantas y ninguno lo conseguía. Se hizo mítica la historia del que hasta el momento era el Gran Pagafantas.
Mateo, con ese nombre no se esperaba de él otra cosa que ser un pagafantas, consiguió que un día esa mujer, la gran mujer, la mujer a la que amaba… le diera un beso. Es lo más a lo que ha llegado nunca un pagafantas. A nada más. Ella, de nombre Lidia, estaba un día borracha. Él la cuidaba. Ella lloraba. Otro la había dejado. Él, Mateo, odiaba a aquel otro. Le hubiera partido la cara. Y así lo dijo. Y ella entonces, entre la confusión, la pena y el agradecimiento, le besó. Tampoco se crean que fue una cosa espectacular. Fue un piquito. Una cosa más bien triste. Pero ese beso, ese gesto, se hizo mítico y todos querían ser Mateo, y pagaban copas y copas a sus amadas a ver si borrachas… y criticaba y criticaban a los otros a ver si enfadadas… pero no había manera. Nadie lo conseguía, ninguno lo repitió. Por eso Mateo era el Gran Pagafantas, el único que había conseguido un beso.Grandes tipos estos Pagafantas, generosos y optimistas, amantes, de amor bonito. Poetas. Artistas. Dios les bendiga y les proteja. Falta hace.
Eso les impedía, según ellos, llegar a ellas. Eran feísimos. La gloria era para otros, para los guapos. La Gloria y todas las demás.
Por suerte para ellos siempre había una fea que al final les quería, o más bien quería casarse con ellos y les acompañaba (que era lo más que podían conseguir, compañía) durante toda la vida.
Los más afortunados llegaban a querer a esas otras mujeres. Otros no.
En los foros de pagafantas se daban consejos de cómo dejar a la mujer amada. No verla en un día, luego la ves y estás dos sin verla. Luego cinco sin verla y un día con ella y así hasta que no la tengas que ver más. ¿Y si me llama? No seas absurdo, ¿cuántas veces te ha llamado en la vida? Ninguna. Pues eso. Pocos lo conseguían. Lo que sucedía era que ellas al final encontraban a otro y les daban de lado. Y ellos se quedaban con un palmo de narices y más tristes que un móvil lleno de fotos de un perro.
Eran, sin embargo, tipos optimistas estos pagafantas. No cejaban en su amor por más que todo les fuera mal. Eran como un aficionado del Atleti, que perdía por tres y decía, bueno, aún quedan seis minutos. Y ellos creían, a pesar de no tener ninguna opción ni oportunidad. Pero soñar es gratis. Y ellos soñaban y soñaban y soñaban. Era tan bonito soñar. Todos soñaban con ser el Gran Pagafantas. Aquel que consiguiera ser amado por su amada, aquel que consiguiera el sueño. Pero ninguno lo conseguía. Muchos soñaban sólo con ser capaces de meterse en la cama de la chica, de poder, por qué no decirlo, acostarse con ella, darse al menos ese gran capricho. Pero pasaban generaciones y generaciones de pagafantas y ninguno lo conseguía. Se hizo mítica la historia del que hasta el momento era el Gran Pagafantas.
Mateo, con ese nombre no se esperaba de él otra cosa que ser un pagafantas, consiguió que un día esa mujer, la gran mujer, la mujer a la que amaba… le diera un beso. Es lo más a lo que ha llegado nunca un pagafantas. A nada más. Ella, de nombre Lidia, estaba un día borracha. Él la cuidaba. Ella lloraba. Otro la había dejado. Él, Mateo, odiaba a aquel otro. Le hubiera partido la cara. Y así lo dijo. Y ella entonces, entre la confusión, la pena y el agradecimiento, le besó. Tampoco se crean que fue una cosa espectacular. Fue un piquito. Una cosa más bien triste. Pero ese beso, ese gesto, se hizo mítico y todos querían ser Mateo, y pagaban copas y copas a sus amadas a ver si borrachas… y criticaba y criticaban a los otros a ver si enfadadas… pero no había manera. Nadie lo conseguía, ninguno lo repitió. Por eso Mateo era el Gran Pagafantas, el único que había conseguido un beso.Grandes tipos estos Pagafantas, generosos y optimistas, amantes, de amor bonito. Poetas. Artistas. Dios les bendiga y les proteja. Falta hace.
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