UNA TARDE DE LLUVIA



Ella mira por la ventana y ve, a lo lejos, las nubes negras. Allí aún hay tímidos rayos de sol que parecen iluminar la silueta de la lluvia inminente. En su casa hace calor, pero como si el agua ya hubiera hecho mella en su piel, de
repente siente un frío profundo. Va a su cuarto y elige una chaqueta demasiado vulgar para una ocasión como aquella. Por fin suena el timbre. Ella abre y dice: llegas demasiado pronto. La invitada sonríe mientras contesta “se que llevas tiempo esperándome” Ella asiente y la invita a sentarse. Está nerviosa y no sabe qué hacer o decir, pensaba que iba a ser más sencillo. Entonces la invitada rompe el hielo y le pregunta dónde están los demás. Ella calla. “No querías que me vieran, claro” se contesta. No, no quería que la vieran, no quería ni que supieran que la había dejado entrar en sus vidas, que, al final, se había salido con la suya. No, no quería que sus hijos supieran lo débil que había sido, ni que su marido viera la expresión de su rostro en aquel instante. Llevaba meses intentando esquivarla por todos los medios, había hecho lo posible y lo imposible por que ellos permanecieran al margen de su verdad. Nunca deseó conocerla, no tuvo curiosidad, ni siquiera en la adolescencia oscura que le tocó vivir. Había intentado deshacerse de ella ignorándola, haciéndole creer que se había equivocado de persona, pero pronto se dio cuenta de que era inútil subestimarla, era muy astuta. Al final claudicó, ella había ganado y ahora no tendría más remedio que presentársela, aunque no así, no aquella tarde.
Al menos, la invitada había respetado sus normas y no había irrumpido en su vida sin consideración. Primero contactó con ella como si fuera algo casual, después, sibilina, se convirtió en una especie de compañera, casi en una amiga, hasta que un día, a bocajarro, se descubrió. Ella se sintió decepcionada, ultrajada y, después, profundamente triste. Según pasaron los días, la invitada comenzó a insistir en ir a su casa, conocer a la familia, aquello era lo mejor, decía siempre: “Será más fácil para todos, sobre todo para ti” Ella pospuso la cita todo lo que pudo, alegó primero tener que preparar todo para la comunión de su hija mayor, después esperar a que el pequeño terminara de echar sus primeros dientes, luego necesitar tiempo para ayudar a su marido, que estaba preparando unas oposiciones de ascenso. No eran excusas, siempre tenía algo muy importante que hacer, no tenía tiempo para la invitada, no tenía tiempo ni para acordarse de si misma. Nunca iba a ser un buen momento, aunque ella no se dio cuenta hasta que la invitada le dio un ultimátum, ya había esperado suficiente.
Lleva una chaqueta demasiado vulgar para la ocasión, impregnada de las lágrimas de sus hijos, del olor de sus risas, cargada de caricias de su marido, de abrazos. Lleva una chaqueta demasiado vulgar para la ocasión: lo único que quiere que la acompañe para recibir a la muerte.

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