DONAL DICE

CORREO DE LOS LECTORES
(¡Porque los tenemos, no te jode!)

DONALD DICE
Todos se han ido. Cuando me di cuenta de que no estaban -es curioso- no sentí nada raro, pero conforme va pasando el tiempo me voy entristeciendo cada vez más. ¿A dónde habrán ido? ¿Por qué no me han dicho nada? ¿Y si no vuelven?
La verdad es que ahora que lo pienso nunca les caí del todo bien. A veces, cuando estaba en mi habitación podía oír sus voces en el salón hablando de mi torpeza, de mi poca inteligencia, de mi fealdad. Todavía siento sus murmullos como cucarachas que me recorrieran el cuerpo y me arrancaran pequeños pedacitos de mi cuerpo.
Decían que era retrasado, que nunca valdría para nada, que hubiera sido mejor que no hubiera nacido. Y sin embargo yo los quería, eran mi familia. Entonces cuando los escuchaba me sentía muy mal, como si una mano con pinchos me estrujase el corazón, y me tapaba con las sábanas de mi cama e imaginaba que estaba dentro de mi mamá antes de nacer y no quería salir.
Se fueron sin dar ninguna explicación, ni siquiera una nota de despedida. Incluso hubiera preferido un “¡aquí te quedas retrasado!”, a este inquietante silencio. Al menos hubiera sentido que existo, aunque fuera para
otros a los que no les agradaba que existiese yo. ¿Dónde se han metido?
De repente me acuerdo de papá y del olor que desprendía su cuerpo cuando llegaba de ese trabajo suyo tan especial, de la enfermedad de mama por culpa mía y de cómo a veces hacía unos pasteles deliciosos de los que me dejaba comer un poquito. También me acuerdo de Rubén que me dejaba jugar con sus juguetes aunque a veces se enfadaba conmigo porque no sabía jugar a lo que él me decía. Entonces me pongo a llorar porque los hecho de menos.
Lo último que recuerdo es que estaba con ellos en la cocina comiendo y me unté el pantalón con la sopa de mamá sin querer, porque nunca he sabido manejar bien la cuchara debido a mis brazos deformes. Rubén empezó a reírse mientras mama me limpiaba murmurando lo torpe que había sido siempre. Fue eso lo que empezó a ponerme nervioso, eso y que nunca había podido preguntarles por qué eran así conmigo. Bueno, en realidad nunca había podido preguntarles nada porque nunca he podido emitir palabras como ellos, sólo gruñidos parecidos a los de los perros. Entonces empecé a notar como si se estuviera produciendo una gran explosión dentro de mi pecho y se dirigiera a mi cabeza para hacerla estallar. Creo que
fue mi primer enfado de verdad, estaba allí sentado cada vez más y más nervioso y ellos ni siquiera se daban cuenta. De repente lancé un gruñido para decirles lo que me estaba pasando y sin embargo ellos pensaron que lo que quería era más comida.
Ahí fue cuando Donald me dijo algo que no puedo decir, porque en ese sitio al que me llevaba de vez en cuando mamá, el hombre de negro decía que eso era pecado y a todo el que se le pasara por la cabeza se quemaría en el Infierno, y eso a mi me daba mucho miedo porque de pequeño metí la mano en la chimenea de mi abuela para coger mi muñeco y me dolió mucho, como si me la arrancasen a pedazos. Donald me dijo eso, y que se lo merecían. Donald se reía un montón del Infierno.
Entonces me convertí en un muñeco de esos que maneja una persona tirando de varios hilos encima suyo. Una vez lo vi en la tele y me gustó. A veces mi amigo Donald lo hacía conmigo y nos divertíamos mucho. Él controlaba mejor mi cuerpo que yo mismo, y me sentía bastante bien porque hacía cosas cuando no nos veía nadie que yo no podía hacer, así que me sentía como aquel superhéroe de los comics de Rubén. Donald empezó enseguida a moverme y a decirme cosas que yo no comprendía muy bien. La verdad es que estaba raro en ese momento, no como otras veces en las que me lo pasaba bien. Quizá también estaba nervioso y enfadado como yo. Recuerdo que me levanté
de golpe de la mesa cegado por el metal de los cubiertos. De lo que pasó después no recuerdo nada.
Estoy tratando de encontrar a Donald en mi cabeza para preguntarle, pero no aparece. Quiero saber qué hizo después de levantarnos de la mesa, quiero saber a dónde ha ido mi familia. Estoy pensando en ello aunque no se me ha dado nunca bien pensar- así que me acerco a la ventana del patio trasero porque está atardeciendo y me gustan mucho esos colores que se forman en el cielo. Me quedo un buen rato mirando el sol partido por la mitad y entonces es cuando veo un trozo del zapato de Rubén que asoma sobre la tierra de nuestro jardín y también un trozo de un ojo cubierto de sangre.
Hay unos cuantos señores en mi casa que no conozco, no son mi familia. Llevan coches azules y blancos y a mi me han metido en una furgoneta blanca con una camisa que me aprieta un montón. Me gustan las luces que llevan los coches. Donald dice que mi familia se ha ido a otro planeta y que a mi me llevan con ellos, que allí todas las familias son felices y que estos hombres me curarán para que todo el mundo me quiera… y no como antes.
Donald, cuéntame más cosas de ese maravilloso sitio al que vamos.
Héctor García Vázquez

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