Miro la obra y me siento tan orgullosa que no puedo creer que mis trabajadoras lo hayan conseguido en tan poco tiempo. Todo es perfecto, el nuevo hogar creado, la orientación, las vistas, lo habíamos hecho, juntas. Por fin podíamos continuar con los objetivos.
Entré y me coloqué en el lugar que habían dispuesto, perfecto, el mejor. Allí pasaría los próximos años, cómoda, dispuesta a cumplir mi tarea. Todas las demás estaban nerviosa, agitadas, no paraban ni un segundo, la actividad era lo más importante después de mi, había que trabajar casi sin descanso por y para todas.
Pasaban los días y las cosas no podían ir mejor, todas sabíamos cual era nuestro cometido y lo cumplíamos minuto tras minuto, así las cosas funcionaban. Hasta aquella mañana en la que todo cambió para siempre.
El sol apenas asomaba por el horizonte, la luz comenzaba a filtrarse tímidamente por cada recoveco de nuestro hogar. Aquella era la señal, los rayos saltaban el resorte que nos hacía ponernos en marcha. Y en esas estábamos cuando de pronto sucedió, la luz desapareció, todo se cubrió de una espesa niebla gris, se coló por cada hueco de nuestro hogar cubriéndolo todo de desesperación, nos entró el pánico, comenzamos a salir despavoridas, sin ningún control, nosotras que siempre hemos sido tan contenidas, tan metódicas, no teníamos un plan para esto, nunca habíamos contemplado esta posibilidad. Yo no podía dirigirlas, no podía, era como si la niebla gris se hubiera colado en mi cabeza, inundándome el entendimiento, la razón, y ese calor, ese calor que me asfixiaba, a mí y a todas. Había gritos por todas partes, corríamos, ellas me escoltaban hacia la salida y yo pasaba por los pasillos viendo cuerpos tirados en el suelo, por todas partes y lloraba por mi falta de previsión, por mi incapacidad para guiarlas mejor, para guiarlas mejor, para salvarlas de aquel desastre, porque la corona me quedaba grande. Y sin saber como salí y el caos que encontré fue aun
mayor, todas revoloteaban sin rumbo sin ver, la niebla gris allí era mucho más espesa, yo ya no podía pensar. Entonces los vi entre la humareda, unas enormes criaturas, gigantes, inabarcables desde mi punto de vista y venían a por nosotras, nos querían a nosotras, a mí. Di la vuelta, tenía que refugiarme, volver e entrar en la colmena, en la seguridad de la colmena.
Sin saber como lo conseguí, y vi, creí ver como entraban las demás detrás de mí, tan fieles como siempre, ellas no me abandonarían, nunca lo harían. Sin rumbo fijo, nos fuimos amontonando unas encima de las otras, mientras yo sentía como se me escapaba la vida, todas, todas muertas, como había podido pasar. Antes de perderme para siempre lo sentí, todo se movía hacía todos lados, en todas direcciones y aquella vibración fue lo último que sentí.
Desperté en mitad de la confusión total de mis trabajadoras que como yo no sabían si estaban vivas o muertas, si había vivido una pesadilla o había sido real, si habíamos visto aquellos seres o había sido una alucinación colectiva. Como había podido pasar. Pero algo había sucedido, algo había pasado, no reconocía las paredes, no reconocía las estructuras. Y entonces de nuevo sentí un temblor, un terremoto que nos sacudió a todas y volvió a tirarnos al suelo. Pero alcancé a ver aquella mano gigantesca, aun no había terminado, nos iban a matar, era el fin.
Me equivoqué, sobrevivimos a eso, no sé porque razón. Si me alegro, aun no lo sé, si preferiría que todas hubiéramos perecido, tampoco. Sólo sé que ahora somos unas esclavas con menos luz, con menos alegría, una vez a la semana nos lo quitan todo nuestra miel, nuestra cera, todo, menos la vida, para que podamos seguir produciendo, para ellos, para que nos dejen seguir allí respirando, existiendo, porque esto ya no es vida, es pura supervivencia.
Noemí Benito.lostulipanesvioleta.blogia.com
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