Iré al grano amigo lector: en una taquilla de una Biblioteca me encontré un curioso cuaderno azul. Venciendo mi temor a que estuviese cometiendo una indiscreción lo abrí por la primera hoja y esto fue lo que decía:
"Este relato está inspirado en esa joya del cine que es “IKIRU” (Vivir), del maestro Akira Kurosawa".
Yo, hombre de unos 51 años en plena lucidez, voy a dejar de vivir dentro de poco; pero lo que me amarga no es que me quede poco de vida, sino si realmente he vivido durante estos años. He sido un muerto en vida; siento que he malgastado mis días. Por eso quiero en este pequeño diario dejar constancia de mis reflexiones, quiero trascender y ser leído. Pero no quiero divagar y aburrir a mis lectores y si los recuerdos no me traicionan intentaré empezar desde el principio:
Trabajo para la administración pública; sí, soy funcionario. Mi labor consiste en ir todas las mañanas, estampar un sello y firmar algunos documentos. Rara vez se me presenta algo interesante; y así, día tras día, año tras año durante 27 años.
Pero, todo empezó tras un reconocimiento médico que parecía rutinario pero trascendental al final. La espera se me hizo eterna hasta que por fin la enfermera me hizo pasar a la consulta. "Buenos días doctor" saludé al médico mientras éste observaba la radiografía. No me gustó la expresión de su rostro. "Siéntese por favor", me dijo.
--He observado detenidamente la radiografía. No me gusta lo que he visto.
--Doctor --interrumpí con pavor—dígamelo sin rodeos por favor.
--Bien, estoy de acuerdo. Tiene una metástasis muy extendida por los pulmones –dijo frunciendo el ceño.
--Perdone pero no le entiendo muy bien.
--Tiene usted un cáncer muy extendido. No podemos hacer nada –dijo bajando la mirada.
En ese momento no sentí nada, trataba de asimilar todo lo que me estaba diciendo. Hasta que por fin unas palabras salieron de mi boca:
--¿Me muero doctor?
--Sí, se está muriendo –afirmó con rotundidad.
--Bueno supongo que la muerte no es el final –traté de consolarme--. Todos vivimos para morir.
--Sí, todos vivimos para morir –repitió el doctor, meditando la frase--. Lo siento mucho de verdad.
--¿Cuánto me queda Doctor?
--Seis meses. Tal vez más, tal vez menos.
Salí de la consulta cabizbajo, en estado de shock. Recapacitando sobre las palabras del doctor e intentando aceptar mi destino. "Todos vivimos para morir" pensé. Pero ¿Es qué acaso yo he vivido los últimos 27 años? He dejado pasar el tiempo, no he aprovechado mi vida, he dejado de hacer tantas cosas, "me siento tan frustrado". Y rompí a llorar.
--He observado detenidamente la radiografía. No me gusta lo que he visto.
--Doctor --interrumpí con pavor—dígamelo sin rodeos por favor.
--Bien, estoy de acuerdo. Tiene una metástasis muy extendida por los pulmones –dijo frunciendo el ceño.
--Perdone pero no le entiendo muy bien.
--Tiene usted un cáncer muy extendido. No podemos hacer nada –dijo bajando la mirada.
En ese momento no sentí nada, trataba de asimilar todo lo que me estaba diciendo. Hasta que por fin unas palabras salieron de mi boca:
--¿Me muero doctor?
--Sí, se está muriendo –afirmó con rotundidad.
--Bueno supongo que la muerte no es el final –traté de consolarme--. Todos vivimos para morir.
--Sí, todos vivimos para morir –repitió el doctor, meditando la frase--. Lo siento mucho de verdad.
--¿Cuánto me queda Doctor?
--Seis meses. Tal vez más, tal vez menos.
Salí de la consulta cabizbajo, en estado de shock. Recapacitando sobre las palabras del doctor e intentando aceptar mi destino. "Todos vivimos para morir" pensé. Pero ¿Es qué acaso yo he vivido los últimos 27 años? He dejado pasar el tiempo, no he aprovechado mi vida, he dejado de hacer tantas cosas, "me siento tan frustrado". Y rompí a llorar.
Al llegar a casa, la desazón seguía conmigo. ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Por qué he estado desperdiciándola de esa forma? Todo eran preguntas; no hallaba respuestas. Fui a la cocina y me preparé un café; mientras movía la cucharilla sobre la taza, empecé a encontrar respuestas parciales a mis problemas existenciales:"debo aprovechar el tiempo y ¡VIVIR!" me dije.
Al día siguiente al entrar en la oficina, ocupé mi puesto de trabajo y recapacité sobre lo que iba a hacer. Escribí mi renuncia en menos de media hora; un trabajo que me había ocupado 27 años de mi vida, lo resumía en media hora y en una frase sencilla: "renuncio a mi puesto de trabajo, porque no quiero trabajar más", qué paradoja pensé al instante. Metí la hoja en un sobre y la llevé al despacho del Director General. Ese fue mi último día de “trabajo”.
Al llegar a casa me puse delante del ordenador y empecé a escribir, desde entonces no he parado. Encontré un sentido a mi vida. Al final no fueron seis meses lo que me quedaba de vida, seguí viviendo. ¡Viví nueve años más!, los mejores de mi vida. El médico que llevaba mi caso se asombró de mi capacidad de resistencia. Pero, es que yo creo que lo que me alargó la vida, fueron las ganas de ¡vivir! De vivir como si fuera el último día, sin miedos, sin esperar nada a cambio, sabiendo que iba a morir. Apurando las últimas horas, sintiendo la vida. Saboreando la dulzura de los placeres de este mundo y la amargura de saberse con los días contados.”
Durante estos nueve años he escrito once libros. Algunos fueron buenos y otros no tanto; eso se lo dejo a los críticos y estudiosos literarios. Siento que he vivido, que he encontrado una razón a mi existencia, un por qué a mi vida. Porque ¡ESCRIBIR ES VIVIR!
Desde entonces, cada vez que voy a una biblioteca, intento descubrir leyendo libros quien fue el escritor que dejó ese cuaderno azul, en una taquilla cualquiera de una biblioteca cualquiera.
3 comentarios:
extraordinario relato ,como la vida misma
Me ha encantado...
...y mucho más sabiendo que fue inspirado por esa joya, como bien dices...del maestro Kurosawa.
Abrazo.
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